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Cooperstown no es lugar para tramposos


El líder de todos los tiempos en cuadrangulares y el hombre que más veces ha ganado el premio Cy Young, en las Grandes Ligas, nunca admitieron la utilización de sustancias prohibidas; pero sus explicaciones no convencen a casi nadie, por lo que, para ellos, las puertas del Salón de la Fama, en Cooperstown, podrían mantenerse cerradas. Ese sería otro enorme precio que pagarán Barry Bonds y Roger Clemens, dos de los rostros más reconocibles de uno de los peores momentos en las Mayores: la Era de los Esteroides.

Bonds disparó 762 cuadrangulares, a lo largo de una exitosa carrera deportiva, con los Piratas de Pittsburgh y los Gigantes de San Francisco, en la que, tal vez, solo faltó un anillo de campeón de la Serie Mundial. El fornido y veloz jardinero dejó atrás varios récords, aunque, sin dudas, el más impresionante de todos lo impuso en 2001, cuando disparó la asombrosa cifra de 73 cuadrangulares y rompió la marca impuesta, tres años antes, por Mark McGwire y Sammy Sosa.

Clemens, conocido como “El Cohete”, fue el lanzador más dominante de toda una generación. Brilló con Boston, Toronto, Nueva York y Houston. Maniató a bateadores de ambas ligas, ganó siete premios Cy Young y ocupa la tercera posición en la lista de máximos ponchadores (4672) y el noveno en la de triunfos (354).

Quizás uno de los elementos comunes más significativos que rodea el final de la carrera de ambos deportistas sea su presentación ante diversos tribunales, en los que no fueron condenados. Bonds solo tuvo un cargo en su contra, por obstrucción de la justicia, al ofrecer una respuesta evasiva, en 2003, frente a un gran jurado que investigaba el uso de las sustancias prohibidas en la MLB.

Mientras, Clemens respondió a acusaciones de perjurio, por un testimonio que ofreció en el Congreso de Estados Unidos, donde negó el empleo de esteroides. En los juicios los abogados lograron reducir el daño; sin embargo, la imagen de Bonds y Clemens quedó tan debilitada que nadie los considera inocentes. La mejor prueba del criterio de culpabilidad que impera sobre los dos jugadores fue el pobre resultado obtenido en la votación para ingresar al Salón de la Fama, en 2013.

Después de cinco años lejos de los terrenos, Bonds y Clemens aparecieron por primera vez en las boletas de los periodistas de la Asociación de cronistas especializados en béisbol (BBWAA). Para ingresar en el llamado “Templo de los Inmortales” el jugador necesita el visto bueno de, al menos, el 75% de los miembros de la organización. Bonds obtuvo el 36,2% de los votos y Clemens, el 37,6%. Peor fue el resultado de un “tramposo confeso”, Mark McGwire, quien, en su séptimo intento, apenas alcanzó el 16.9%.

El pobre porcentaje de votos que recibieron Clemens y Bonds fue considerado por Michael Weiner, jefe de la Asociación de jugadores (MLBPA), como un “hecho infortunado”. De acuerdo con este directivo, “penalizar a jugadores que han sido exonerados en procedimientos legales es simplemente injusto. El Salón de la Fama está destinado a los mejores que intervienen en el juego. A varios de esos peloteros se les negó ahora el acceso al Salón. Esperemos que esto sea rectificado en futuros escrutinios”, concluyó Weiner.

A pesar de los criterios de la MLBPA, las cifras son elocuentes y no es difícil predecir que, en los próximos años, no se revertirá la tendencia en la votación de 2013. Por tanto, Bonds, Clemens, Sosa y McGwire se unirán a Peter Rose—líder histórico en jits conectados—en la lista de “proscritos” de Cooperstown.

La Era de los Esteroides—como se le ha llamado a un período que se extendió por más de diez años—golpeó con mucha fuerza la credibilidad del béisbol. Los récords caían con demasiada facilidad, ante la mirada permisiva de la MLB y la complicidad de jugadores y propietarios de equipos que sabían sobre la poca limpieza de esas “hazañas deportivas”. Los escándalos forzaron al Comisionado Bud Selig a tomar algunas medidas, a partir de 2003; aunque el programa antidopaje de las Mayores todavía luce incompleto.

Las primeras pruebas, al azar, se realizaron en 2003; pero solo un año después comenzaron los castigos; mientras las suspensiones contra los tramposos se pusieron en práctica en 2005. Las primeras penalidades rozaron el ridículo: desde tan solo 10 días, hasta 50 juegos. Luego, la MLB amplió un poco el tiempo fuera de los terrenos; sin embargo, es penoso que, cuando un jugador tiene un segundo resultado positivo al doping, su suspensión llegue a…100 partidos. Esto contrasta con lo que sucede en otras modalidades deportivas, en las que los reincidentes quedan inhabilitados para toda la vida.

En la temporada 2013, la MLB anunció que, junto con las pruebas de orina, realizará exámenes de sangre a todos los peloteros, para detectar la presencia de la hormona de crecimiento humano. Este paso se logró tras un acuerdo con la MLBPA. La decisión es importante; pero, ¿cómo entender su prolongado retraso? ¿Quedaba algo oculto? ¿Son los cuadrangulares de Bonds y Sosa y los ponches de Clemens los últimos rezagos de una Era que, ahora, muchos quieren olvidar?

Publicado en CubaSí

3 comentarios

  • Cubano-Americano

    Estoy de acuerdo…ahora Armstrong confeso en Oprah el uso de steroids…deberian de procesarlos por fraude….Saludos

  • elier

    Pues para mí junto a Armstrong habría que procesar a los dirigentes de la UCI y la MLB. A los jugadores de la MLB los veo tan culpables como a los nadadores que utilizaban trajes de alta tecnología, pues si los trajes estaban permitidos, el doping no estaba penalizado cuando ellos lograron las marcas. Y en ambas disciplinas los atletas se favorecieron de esas facilidades para lograr registros fabulosos y difíciles de superar. Sencillamente creo que se debe castigar a los que lo hagan a partir de ahora, como mismo se prohibieron los bañadores y ya nadie los usa.

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