El muro dorado de Capablanca
El ambiente en el antiguo Club argentino de ajedrez era muy tenso. El retador no podía permanecer tranquilo en su asiento y todos esperaban por la llegada del hasta entonces titular mundial; pero este, quizás para prolongar un poco el suspenso, no daba señales de vida. Un día antes, la trigésimo cuarta partida del match por la corona universal de ajedrez había quedado sellada en una posición muy favorable para el pretendiente.
Pocos concedían alguna oportunidad de entablar al monarca. Las puertas se abrieron una vez más y por ellas entró el árbitro principal, Carlos Querencio, quien le entregó al nervioso jugador una pequeña hoja de papel:
"Estimado Dr. Alekhine: abandono la partida. Es usted, pues, el campeón del mundo y lo felicito por su éxito. Mis cumplidos a madame Alekhine. Cordi...