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Regreso al Club de ajedrez de La Habana

Caminar por las calles habaneras significa recorrer una parte de la historia del deporte cubano. Quizás muchos de los visitantes o de los nativos o adoptados por la capital no reconozcan que en los terrenos donde hoy está la Terminal de ómnibus nacionales estuvo situado el estadio Almendares Park, hasta que el ciclón del 1926 lo dejó en muy malas condiciones y seis años después tuvo que ser cerrado. Algo similar ocurre con La Tropical, la instalación construida para los Juegos Centroamericanos, celebrados en La Habana en 1930. El magnate Julio Blanco puso el dinero de aquella construcción que luego se convirtió en el escenario principal de la Liga profesional cubana de béisbol por casi dos décadas. Hoy pocos reconocen el lugar donde se escribieron tantas páginas gloriosas.

Para vencer a ese olvido y que los lugares célebres recobren al menos el valor simbólico que una vez tuvieron, resulta imprescindible regresar a la historia. En una de las calles más conocidas del Centro Histórico de la ciudad, Mercaderes, exactamente entre Obispo y Obrapía, existió desde 1885 uno de los sitios más importantes para el llamado juego ciencia: el Club de Ajedrez de La Habana.
Antes de que la idea del club cobrara vida, los más entusiastas jugadores habaneros se reunían en tertulias donde se practicaba el ajedrez, pero también se abordaban los principales temas del entorno político del momento. La idea propuesta por Plácido Domínguez de tener un lugar fijo para encontrarse fue muy bien acogida entre sus amigos y así se constituyó el Club a mediados de 1885, aunque su fecha oficial de fundación es la del 15 de septiembre de ese año. Celso Gomayo fue reconocido como el primer presidente y el sabio Carlos J. Finlay formó parte de los creadores del Club, de acuerdo con el periodista Jesús González Bayolo.

Finlay era un ferviente practicante del ajedrez. El descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla y en cuya fecha de nacimiento, 3 de diciembre, se celebra el Día de la medicina latinoamericana, participaba con asiduidad en las tertulias del Club.

Todos los días se reunían en el Club varias de las personalidades más importantes de la sociedad habanera y también asistían miembros del gobierno colonial español. La discriminación racial y social estaba presente, ya que solo las personas de las clases adineradas y, por supuesto, blancas, podían participar en los torneos que se organizaban.

El Club tuvo su propio órgano de prensa, la «Revista de Ajedrez de La Habana», editada por Andrés Clemente Vázquez, de la cual apenas se publicaron nueve números y el primero de ellos correspondió a mayo de 1889, precisamente cuando la atención del mundo ajedrecístico se centró sobre el Club porque este acogió al match por el título mundial, entre el austriaco Wilhem Steinitz y el ruso Mijaíl Chigorin.

Por muchos años persistió la polémica acerca de quién era el verdadero campeón mundial. Varios ajedrecistas reclamaban para sí tal distinción y solo el convincente triunfo de Steinitz en su duelo contra Zukertort, en 1886, le otorgó la legitimidad necesaria para ostentar la corona. Tres años después, los dirigentes del Club lograron recaudar el dinero necesario e invitaron a Steinitz y Chigorin a efectuar un match en La Habana.

Aquel fue un encuentro donde se impuso la calidad de Steinitz, reconocido como el ajedrecista que creó el juego posicional. En tiempos donde lo más importante era el ataque sin medida contra el rey contrario, el austriaco promulgó la idea de construir pequeñas ventajas en la posición y con ellas alcanzar el triunfo. Su estilo creó una nueva forma de comprender el ajedrez.

Steinitz quedó tan impresionado por la acogida en el Club que lo llegó a calificar como “El Dorado del ajedrez”. Tal vez por eso no dudó en regresar a la capital cubana para un nuevo match ante Chigorin, en 1892. Este duelo revancha también fue patrocinado por el Club, pero no se desarrolló en el mismo lugar, sino que fue trasladado hasta el Centro Asturiano, porque esta instalación podía acoger a una mayor cantidad de personas, cerca de 500. La sala del Centro siempre se llenó para presenciar la confrontación de los dos geniales jugadores. Chigorin tuvo la oportunidad de igualar el marcador a nueve triunfos—ganaría aquel que llegara a diez victorias—; pero un grave error le permitió a Steinitz obtener el décimo éxito y con él retuvo la corona.

A pesar de la derrota, La Habana quedó fascinada por la personalidad del ruso Chigorin y el Club realizó diversos trámites para organizarle nuevos encuentros; sin embargo, estos no se concretaron y Chigorin nunca más volvió a la capital.

El Club de Ajedrez de La Habana queda en el recuerdo como uno de los principales centros promotores del deporte ciencia en Cuba. Caminar por Mercaderes, entre Obispo y Obrapía, también es desandar un parte de la historia del ajedrez cubano.

Publicado en Habana Radio

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