Después de siete madrugadas consecutivas terminé de ver la serie “El Gambito de Dama”, de Netflix, una de las producciones audiovisuales más comentadas del momento. Una historia que atrapa, actuaciones espectaculares, atmósferas ajedrecísticas muy bien logradas y un diseño de vestuario para premio se combinaron en un producto que ya puede ser considerado como una de las aproximaciones más realistas al universo del ajedrez. No obstante, la serie tuvo, desde mi punto de vista, algunos desaciertos sobre todo en elementos específicos del llamado “juego ciencia”.
Basada en el libro “The Queen´s Gambit”, de Walter Trevis, de 1983, Scott Frank y Allan Scott adaptaron para Netflix la historia de Elizabeth Harmon, una chica genial que aprendió a jugar ajedrez en el sótano de un orfanato, al que llegó tras la muerte (suicidio, supimos luego) de su madre. A lo largo de siete capítulos acompañamos a Beth en su lucha por convertirse en una formidable jugadora hasta llegar a la cúspide, al superar, en Moscú, al campeón mundial, el soviético Vasily Borgov.
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Por el camino, Beth, interpretada magistralmente por Anya Taylor-Joy mantuvo la adicción a las pastillas calmantes, perdió a su madre adoptiva, conoció la amistad, el sexo, soportó chantajes políticos en plena Guerra Fría y logró sobresalir en un mundo, el del ajedrez, donde imperaban los hombres.
Los productores de la serie acudieron a dos personalidades del mundo ajedrecístico como el excampeón mundial Garry Kasparov y el reconocido entrenador Bruce Pandolfini para tratar de recrear, con la mayor fidelidad posible, la atmósfera de un torneo. Los consejos de seguro fueron escuchados, aunque no del todo aplicados.
La selección de partidas que juega Beth en momentos claves de la trama contribuyó a la credibilidad de la producción, al menos para los que entendemos un poquito de ajedrez. El primer cotejo de Beth, en el que derrotó a Harry y ganó el título estatal de Kentucky, fue tomado de un duelo desarrollado en Riga, en 1955. La última partida de ajedrez rápido, en la que Harmon superó a Benny se jugó en la Opera de París, en 1858. Mientras, el desenlace final, cuando Beth venció a Borgov, se basó en un cotejo del torneo de Biel, en Suiza, en 1993.
De acuerdo con Kasparov, «quería que los partidas que se jugaran, por un lado, se correspondieran con el libro, por el otro, que fueran profesionales. Soy responsable de su calidad. En general, las partidas que jugó la heroína con los principales ajedrecistas, incluido el campeón mundial soviético, ante quien primero pierde en México y París y luego gana en Moscú, cumplen con los más altos estándares. Además, traté de indicar de la manera más completa posible la atmósfera de los torneos de ajedrez, especialmente con respecto a Moscú y el torneo final que tuvo lugar en Moscú. Hacer que la gente se sienta como si estuviera viendo una competición de ajedrez real. Y el hecho de que la serie se convirtiera en la primera del mundo, me parece, es el resultado del hecho de que realmente refleja la esencia del conflicto del ajedrez”.
¿En qué fallaron los productores? En detalles mínimos. Para darle fluidez a los capítulos, tanto Beth como sus oponentes jugaban prácticamente de memoria, sin apenas pensar, como si fueran partidas de ajedrez rápido, cuando, en realidad, no lo eran. Los actores recibieron entrenamiento para mover y tomar las piezas; pero la manera en que Beth capturaba las piezas no pareció real. Otro detalle: las conversaciones en las partidas, tanto en el duelo contra Harry, del capítulo 2, como en el 4, cuando enfrentó al joven prodigio ruso. Para la trama de ficción funcionó, pero no sucede así frente a un tablero real. Además, el empecinamiento por mostrar secuencias de jugadores inclinando el rey en señal de derrota ayuda a la visualidad y comprensión de la trama, pero tampoco sucede así en el ajedrez.
¿Es “El Gambito de Dama” la mejor obra audiovisual de ficción sobre el ajedrez? Quizás para algunos, pero en mi memoria nada supera (todavía) a “Searching for Bobby Fischer”.