Por los altavoces del estadio comenzaron a salir las primeras notas de “New York, New York” en la voz de Frank Sinatra y algunos dejaron escapar suspiros, sus últimos suspiros en uno de los lugares donde la magia del béisbol se sintió por más de ocho décadas.
Mientras se dirigían a las salidas, después de despedir con una gran ovación al equipo que por primera vez en 13 años no jugaría en los partidos de playoff en octubre, muchos voltearon su rostro hacia el “Parque Monumento” donde se exhibían los 26 trofeos de Series Mundiales, así como los números utilizados por aquellos que convirtieron al club en el más famoso de las Grandes Ligas y, posiblemente, del mundo beisbolero.
Las luces se fueron apagando al mismo ritmo que la voz de Sinatra. La oscuridad y el silencio ocuparon el espacio. Pocas personas vivieron para comparar los dos momentos antagónicos: la tristeza por la despedida y el júbilo de 1923 cuando las puertas del majestuoso Yankee Stadium se abrieron por primera vez y el gran Babe Ruth vino a batear con dos corredores en circulación y colocó la pelota muy por encima de las gradas en el jardín derecho, batazo que propició el primer triunfo de su selección en el nuevo hogar.
Aquellos eran tiempos duros para los Yankees. Los Gigantes, uno de sus grandes rivales de la ciudad, ya no los querían en el estadio “Polo Grounds” y su dueño, Charles Stoneham, había amenazado con expulsarlos; mientras en otra parte de la urbe, los Brooklyn Dodgers ganaban en popularidad. Entonces los Yankees se mudaron hasta el Bronx y allí construyeron lo que luego sería reconocida como “la Catedral del béisbol”: un estadio a un costo de 2,5 millones, una cifra elevadísima en 1923.
El recinto vino acompañado con la presencia en la novena del gran Babe Ruth quien años después, en 1927, asombraría a todo el mundo con los 60 cuadrangulares en una temporada, un récord superado por otro Yankee, Roger Maris, en 1961, con 61 y luego por dos grandes tramposos: Mark McGwire, 70 en 1998 y Barry Bonds, 73 en 2001.
Los jonrones del Babe atraían cada vez a más personas y la cerca del jardín derecho apenas marcaba 298 pies, una distancia ideal para que Ruth, zurdo, conectara la mayor parte de sus cuadrangulares por esa zona del terreno. El estadio fue bautizado como “la Casa que Babe construyó”, en alusión directa a las ganancias generadas por el bateo del ídolo. En el mismo 1923 llegó la primera corona para los Yankees en su “Catedral”.
Por lo general en los Estados Unidos no se le otorgaba a las instalaciones deportivas, en especial las dedicadas al béisbol, el título de “estadio”. Resultaba preferible llamarlas como “park” o “field”, quizás porque la palabra estadio evocaba a los creados por los antiguos griegos, sitios donde ellos celebraban múltiples eventos.
La “Catedral” supo llevar con dignidad su condición de estadio y en su terreno no solo jugaron los Mulos del Bronx, como también se le conoce a los máximos acaparadores de títulos de Series Mundiales, también cuatro papas oficiaron misas, se realizaron presentaciones musicales y el boxeador Joe Louis defendió en ocho oportunidades su corona mundial.
En 1973 el estadio cerró sus puertas. Después de cincuenta años de utilización ininterrumpida, era imprescindible una remodelación. Largas y complicadas negociaciones llevaron a los Yankees hasta el Shea Stadium, la sede del otro equipo neoyorquino: los Mets. Por dos temporadas ambas selecciones jugaron allí como locales, mientras el viejo Yankee Stadium caía demolido y en el mismo lugar se erigió una versión más moderna, a un costo de 167 millones de dólares. En 1976 los Mulos regresaron a su hogar. Una vez más llegaron hasta la final; aunque en esa campaña cayeron barridos 4-0 ante los Rojos del Cincinnati.
Por otras dos décadas más, la “Catedral” fue el recinto perfecto del béisbol norteamericano; pero en 1998, en su 75 aniversario, una enorme pieza de concreto colapsó y destruyó un asiento en la línea de la tercera base. Aquello alarmó a todos y solo después que el entonces alcalde de la ciudad, Rudolph Giuliani, firmara una orden, la pelota regresó al Yankee Stadium.
Muchos se mostraron sorprendidos cuando el imperio de los Steinbrenner, dueños de la franquicia, anunciaron que construirían un “estadio más moderno” y que estaría listo en la temporada 2009 de las Grandes Ligas. Otros se resistían a creerlo.
Las compañías de relaciones públicas se encargaron de llevar a cabo una gran campaña con el objetivo de mostrar las facilidades y ventajas del nuevo recinto, situado… al cruzar la calle, a un costo de mil 300 millones de dólares, el más caro creado para albergar un juego de béisbol. Más suites de lujo, más restaurantes, más tiendas de todo tipo. Básicamente esas son las ventajas que ofrece el nuevo Yankee Stadium, que algunos llaman “tercera versión”.
En los 85 años de historia del “viejo” estadio, los Mulos del Bronx jugaron más de seis mil 500 desafíos. En ese terreno se produjeron algunos de los hechos más sobresalientes de la historia del béisbol. Muchos jugadores latinos, entre ellos cubanos, brillaron sobre la grama de la “Catedral”.
Pero las catedrales fueron construidas para nunca ser derrumbadas. Ellas deberían sobrevivir la prueba del tiempo. El Yankee Stadium pasó esa prueba, pero no pudo con la rapacidad humana y ahora solo será un parqueo. La verdadera Casa que Babe construyó, o mejor, la que construyeron para él, dijo adiós. Un triste adiós.
Publicado en Habana Radio