La tan esperada Serie Mundial entre dos de los equipos más mediáticos, con más fanáticos y dinero en sus arcas distó mucho de ser lo espectacular que muchos soñábamos. No me refiero al resultado. Por supuesto que quería que ganaran los Yankees; pero siempre tuve claro que la nómina de los Dodgers era superior y Los Ángeles era claramente favorito. Insisto, no se trata del resultado, sino de la calidad de los juegos, plagados de burdos errores por parte de los Yankees y de un cuerpo de dirección que merece (hace mucho tiempo) pasar más tiempo en casa, con su familia, lejos de los terrenos.
No son pocos los que pensamos que la Serie Mundial encontró decisión en el final del décimo inning, del primer partido. Los Yankees, de visitantes, estuvieron muy cerca de tomar la delantera; pero sabemos muy bien lo que ocurrió. Mientras la pelota, impulsada ferozmente por el swing de un Fredie Freeman histórico traspasaba la cerca del jardín derecho, con ella se iban los sueños de los Yankees de ganar, 15 años después, una Serie Mundial. El resto fue rutinario.
Con el Clásico de Otoño 3-0, poco podía esperarse. Las aspiraciones de volver a Los Ángeles, con ventaja de 5-0 en la pizarra, en el quinto juego, se desvanecieron rápidamente, gracias a las pifias de Aaron Judge (horrible con el bate y el guante) y el «olvido» de Gerrit Cole. La combinación de pobre bateo, errores propios de Serie Nacional y no del máximo nivel del béisbol y una dirección que movió mal a su cuerpo de lanzadores y peor a sus bateadores facilitó el camino a unos Dodgers que fueron muy superiores. Mucho más de lo que se esperaba una semana atrás.