“Yo sé más acerca del ajedrez que cualquier otro maestro contemporáneo. Pudiera jugar simultáneamente con los 30 mejores de los Estados Unidos y no perdería una partida. Cuando visito algún club, los jugadores se quedan mudos de asombro y se ven obligados a revisar sus ideas sobre los maestros de ajedrez.”
Quien pronuncia estas palabras ante el asombrado corresponsal del periódico norteamericano The New York Times, en un muelle, no es un hombre presuntuoso, mas bien seguro, conocedor de sus enormes capacidades ajedrecísticas. Un verdadero genio.
El puerto de La Habana está lleno de personas que vienen a despedir a sus amigos o familiares. En menos de una hora saldrá un barco con destino a los Estados Unidos de América. Entre la muchedumbre se encuentra José Raúl Capablanca. Ya es conocido por todos, así que su figura no pasa desapercibida; aunque nadie sabe en realidad el motivo de su presencia allí.
Pasan los minutos y casi a la hora de zarpar aparece el serbio Boris Kostic, un hombre alto, flaco, de 36 años. Capablanca y él se saludan. En la mirada del europeo no hay disgusto, sino resignación. Todavía no ha podido asimilar lo sucedido dos días antes.
Para 1918 ya Capablanca era considerado el mejor del mundo; sin embargo, la corona estaba todavía en poder de Emmanuel Lasker. La II Guerra mundial interrumpió por varios años la celebración de torneos de ajedrez en Europa, así que toda la calidad se concentró en los Estados Unidos, especialmente en la ciudad de New York.
Dentro de los jugadores que más resistencia le oponían a Capablanca estaba el serbio Boris Kostic. En abril de 1918 se celebró un fuerte torneo a doble vuelta entre siete jugadores. El Capa lo ganó con facilidad. De sus 12 partidas, ganó 9 y las otras 3 terminaron tablas, incluidas las dos contra Kostic. Este resultado parece que envalentonó al serbio porque meses más tarde retó a un match al cubano.
Lo más destacado de Kostic era su gran memoria. De él se cuenta que una vez enfrentó a 20 jugadores en una sesión de partidas simultáneas a la ciega, es decir, sin mirar nunca el tablero. En total obtuvo 19 triunfos y aquella hazaña lo situó en las portadas de los periódicos y le otorgó una pequeña dosis de fama.
La Habana fue la ciudad escogida para celebrar el duelo entre los dos hombres en 1919. Capa exigió ciertas ventajas económicas, pues se consideraba con razón el favorito. Kostic tuvo que aportar un porciento del dinero para sufragar el match. El Club de ajedrez de la capital cubana realizó una colecta. De esta, un 20% era directo para Capablanca y del resto, el 60% para el ganador y 40% para el derrotado.
En ese tiempo, Capa, además de encontrarse en uno de sus mejores momentos ajedrecísticos, en el plano espiritual tenía un gran incentivo, ya que había conquistado el amor de Gloria Simoni Betancourt, quien luego fuera su esposa y madre de sus dos hijos.
El match comenzó de forma oficial el 25 de marzo de 1919 en el Unión Club. Más tarde se trasladaría hasta el Casino Español. El vencedor del duelo sería aquel capaz de ganar 8 partidas, las tablas no importaban para el resultado. Los dos ajedrecistas estuvieron de acuerdo en mantener un ritmo de movidas de 20 por cada hora, con 5 horas cada día.
La primera partida fue la más reñida de todas. El Capa, con piezas blancas, abrió con peón rey y su rival optó por la defensa Petroff. Durante más de cuatro horas ambos se enfrascaron en posiciones bien complicadas; pero al final, tras 86 movimientos, los dos peones y la torre del cubano prevalecieron ante la torre negra de Kostic.
Al día siguiente, durante el segundo encuentro, Capa no dejó lugar a las dudas y en 46 jugadas de una apertura Cuatro Caballos puso el match 2 a 0.
Durante la tercera partida ya Kostic dio muestras de estar derrotado. La defensa Petroff volvió a aparecer y una vez más la superioridad del cubano se hizo sentir en la parte final, de nuevo impuso la fuerza de sus dos peones de ventaja, 3-0.
El cuarto desafío de match no tuvo grandes complicaciones, Kostic se decidió por un peón dama y Capa fue ganando terreno en el centro hasta penetrar con su torre del rey en la séptima fila del blanco y desde ahí tomar el control total de la posición, 4-0.
Con el duelo tan desfavorable, poco podía intentar Kostic. Habían sido derrotas claras, con un poco de lucha; pero no una seria oposición. Para la quinta partida, Kostic trató esta vez con la apertura Francesa. Rápidamente Capa movilizó sus alfiles y el caballo de rey ocupó la casilla e5. Después de la movida 15 del blanco, Kostic miró a su rival, inclinó el rey, le dio la mano y resignó, no solo a la partida, sino también al match, 5-0.
Esta fue una gran victoria para Capablanca. Demostró al mundo que era el mejor y solo le quedaba retar al gran Lasker. El Capa no aceptaba ser proclamado, ni que Lasker ofreciera la corona, él quería ganarla y así lo hizo, dos años después, en La Habana.
La aplastante derrota de Kostic ante el hombre al que había desafiado, lo marcó para toda la vida. Sobre todo la primera partida, la más peleada, le hizo perder el sueño por varios años, siempre creyó que había una jugada capaz de salvar su posición.
Los ruidos y el calor llenan la mañana habanera. Las sirenas del barco anuncian su inminente salida. Kostic saluda una vez más a su rival y aborda la embarcación. Capablanca espera que el europeo se pierda de vista, entonces se retira; pero su camino es interrumpido por el corresponsal del periódico norteamericano The New York Times. El sagaz periodista comprende que es su momento y Capablanca ofrece sus sensacionales declaraciones.