En 1996 Inglaterra acogió a la décima edición de la Eurocopa de fútbol, un evento que estrenó un formato de 16 selecciones. El mapa de Europa había cambiado mucho, después de la desintegración de la Unión Soviética y Yugoslavia, así que la UEFA optó por incluir a más equipos. Los principales protagonistas del certamen fueron los checos quienes competían por primera ocasión como “República Checa”.
La generación liderada por Pável Nevded superó a rivales supuestamente superiores como Portugal y Francia y logró incluirse en la final, donde los esperó Alemania, una selección que jugó, en ese momento, su quinta final de la Eurocopa. El duelo por el título se disputó sobre el césped del simbólico estadio de Wembley y parecía que la sorpresa podría concretarse, porque en el minuto 59 los checos tomaron la delantera.
La desventaja forzó al técnico Berti Vogts a introducir modificaciones en la alineación, así que Oliver Bierhoff entró al juego. Ese cambio resultó fundamental, ya que en el minuto 73 Bierhoff, con un cabezazo, igualó el desafío. No hubo más goles y fue necesario pasar a la prórroga.
En la Eurocopa de 1996 se implementó una polémica regla: “el gol de Oro”. Por tanto, el primer equipo que marcara, ganaría. No hubo que esperar mucho tiempo, porque en el minuto 95, Bierhoff golpeó la pelota con fuerza. El balón chocó con un defensor checo y entró en la portería. Con el gol Alemania obtuvo su tercer título en la Eurocopa y se consolidó como el máximo ganador del certamen.
Para la versión de 2000, nuevamente hubo modificaciones, pues dos naciones organizaron el torneo. Los belgas acogieron el desafío inaugural, mientras en Holanda se jugó la final. Los holandeses prepararon a un fortísimo equipo y estuvieron cerca de llegar a la discusión de la corona; sin embargo, sucumbieron en los penales ante los italianos, una selección que aplicó con éxito su célebre catenaccio defensivo.
Como era de esperarse, los franceses— que eran campeones mundiales— lógicamente fueron considerados entre los principales favoritos. Los galos tenían a Zinedine Zidane en una excelente forma; aunque se complicaron en varios momentos y pasaron mucho trabajo para dejar en el camino a España, en cuartos de final y a Portugal, en la semifinal.
La final se jugó en Rotterdam, el 2 de julio de 2000. Los italianos tomaron la delantera, en el minuto 55, por gol de Delveccio y los franceses parecían incapaces de vulnerar la portería azzurri, defendida por Toldo; sin embargo, en la última jugada del partido, Sylvain Wiltord marcó el gol del empate.
En la prórroga volvió a aplicarse la controvertida regla del “gol de Oro”. Cuando terminaba la primera parte, Zidane le hizo el llamado “pase de la muerte” a David Trezeguet quien logró la anotación que convirtió a Francia en rey de Europa.
La siguiente edición se desarrolló en 2004, en Portugal. Probablemente esta haya sido la Euro con un mayor número de sorpresas y de seguro nadie imaginó que Grecia, un país sin resultados importantes en el fútbol, ganaría el título más preciado del fútbol europeo.
Los griegos defendieron muy bien y supieron anotar en el momento preciso. El técnico Otto Rehhagel planteó un esquema defensivo que resultó impenetrable, a partir de los cuartos de final. En esa instancia, los franceses acecharon todo el tiempo a la portería griega, aunque no pudieron vulnerarla, así que perdieron 1 por 0. Luego, en la semifinal, el rival fue la República Checa, un equipo que había impresionado en el certamen; sin embargo, los checos también sucumbieron, al recibir un gol en el tiempo extra.
La final prometía ser interesante, porque los portugueses, en su condición de locales, esperaban celebrar su primer triunfo en torneos importantes. En ese momento los lusos eran dirigidos por Luiz Felipe Scolari y ni siquiera el talento de Luis Figo y Cristiano Ronaldo pudo derribar el muro defensivo griego. En el minuto 57 Charisteas anotó el único gol del desafío. Pocos podían creerlo, pero Grecia era el monarca de Europa.
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Después de décadas sin sobresalir, el fútbol español vivió momentos especiales en la Eurocopa de 2008, organizada de manera conjunta por Austria y Suiza. Desde la fase clasificatoria los ibéricos, dirigidos por el veterano Luis Aragonés, mostraron una actitud completamente diferente a la exhibida en otros torneos. Su primer gran desafío fue el choque contra los italianos. Ninguno de los dos equipos marcó, por lo que el juego se decidió en la tanda de penales. Allí, el portero Iker Casillas fue el héroe y Cesc Fábregas hizo el gol que colocó a los españoles en la semifinal.
El rival en la antesala del título fue Rusia, una potente selección que había asombrado al universo futbolístico, tras eliminar a la favorita Holanda, en los cuartos de final. Los rusos aguantaron todo el primer tiempo; pero en el segundo vino un despiadado ataque español que incluyó goles de Xavi Hernández, Güiza y David Silva.
En la final los españoles enfrentaron a los alemanes. A los 32 minutos el delantero Fernando “el Niño” Torres disputó y ganó un balón a Phillip Lahm; luego burló al arquero Jens Lehman y marcó un gol que valió un título. Después de décadas sin sobresalir, desde aquel lejano éxito en la Eurocopa de 1964, España volvía a tocar el cielo del fútbol.
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