Un siglo atrás, el 15 de marzo de 1921, comenzó, en La Habana, el match por el título mundial de ajedrez, entre José Raúl Capablanca y Enmanuel Lasker. ¿Cómo llegaron a este duelo? ¿Qué sucedió?
En 1920 una carta conmovió al mundo del ajedrez. No era una carta cualquiera y de seguro nunca antes se había escrito nada parecido. “Usted ha ganado este título, no por la formalidad de un desafío, sino por su brillante maestría”, a través de estas palabras el entonces campeón mundial de ajedrez, el alemán Enmanuel Lasker, renunciaba a su título y lo cedía a su más genial continuador, el cubano José Raúl Capablanca.
La histórica misiva, escrita en español, fue motivada por el nuevo reto de Capablanca a Lasker quien no se sentía en condiciones de enfrentar al cubano. Ante esta situación, optó por enviar la carta; pero Capablanca no aceptó el ofrecimiento, pues quería ganar la corona mundial sobre el tablero de juego.
Quizás la presión del público también tuvo que ver en la decisión de Capablanca, aunque tampoco se puede olvidar que en 1911 Capablanca había retado por primera vez a Lasker; sin embargo, este todavía mostraba un buen nivel de juego y le respondió con 17 exigencias que el cubano no estuvo dispuesto a cumplir. Lasker se rehusó a negociar y, lógicamente, al cubano no le agradó la intransigencia de su rival. Ahora la situación era diferente: Capablanca tenía la sede y había recaudado los 25 mil dólares necesarios para efectuar el match por el título mundial. La mitad de esos dólares eran para Lasker, ganara o perdiera el encuentro.
Enmanuel Lasker era el campeón desde 1894 cuando derrotó al primer monarca reconocido, Wilhem Steinitz. En sus 26 años y 337 días como titular, Lasker defendió su corona en seis oportunidades. Primero fue superior a Steinitz en un duelo revancha en 1896. En 1907 pasó con comodidad, 8 a 0, sobre el norteamericano Frank J. Marshall; un año más tarde venció a Siegbert Tarrasch; en 1909 a David Janowski y en 1910 a Carl Schlechter y nuevamente a Janowski.
El nombre de Capablanca se dio a conocer por primera vez en el mundo del ajedrez cuando derrotó de forma aplastante, 8 a 1, al mejor jugador norteamericano, Frank J. Marschall. Este resultado le abrió las puertas del gran torneo de San Sebastián, en 1911. Varios jugadores se opusieron a la presencia del joven cubano en la cita; pero Capablanca acalló las voces de sus críticos con un brillante juego que lo llevó a ganar su primer torneo internacional. Ese mismo año le envió el primer reto a Lasker.
Entre las 17 condiciones impuestas por Lasker había dos que claramente lo favorecían. El alemán exigía que el match fuera solamente a 30 partidas y el ganador sería aquel que ganara seis encuentros, sin importar las tablas. Ahora bien, si al término de las 30 partidas ninguno de los dos había acumulado los seis triunfos, entonces el match se declararía empatado y Lasker retendría el título. Además, Lasker tendría el derecho de informar el comienzo del match solo con cuatro semanas de anticipación e incluso podría retrasar el inicio. Capablanca no estuvo de acuerdo, Lasker tampoco accedió a renegociar algunas cláusulas y la posibilidad del match se desvaneció.
Las aspiraciones de Capablanca sufrieron otro retroceso cuando Lasker ganó el torneo de San Petersburgo en 1914. En ese torneo el campeón mundial venció a Capablanca y lo envió al segundo lugar.
La primera Guerra Mundial se interpuso en los deseos de Capablanca por alcanzar la corona, ya que durante cinco años el transporte marítimo se vio muy afectado por la conflagración bélica y los torneos en Europa desaparecieron. En 1919 se jugó el torneo de Hastings al que asistieron los mejores jugadores de la época. Capablanca terminó empatado en el primer lugar con Boris Kostic. Solo le quedaba vencer en un match a Lasker.
Kostic entabló su partida de Hastings contra Capablanca y este resultado le dio ánimo para retar al cubano a un match. La Habana sirvió de sede al encuentro y Capablanca derrotó en las cinco partidas a Kostic quien decidió abandonar rápidamente el duelo y también la capital. La humillación había sido enorme.
La Habana fue una fiesta
Para 1921 las condiciones estaban creadas y el enfrentamiento entre Enmanuel Lasker y Capablanca cautivó la atención de la capital cubana. Las reglas de juego establecían que el duelo sería a 30 partidas. Las piezas y el tablero fueron los mismos utilizados en el match por el título mundial, también desarrollado en La Habana, en 1892, entre Steinitz y Mijail Chigorin. El 15 de marzo de 1921 se inició el enfrentamiento.
Estaba claro quién era el favorito; pero de seguro pocos esperaban que el triunfo de Capablanca fuera tan fácil. Las cuatro primeras partidas concluyeron en tablas y solo en la quinta apareció la primera decisión.
Capablanca, con blancas, logró una mejor posición; sin embargo, Lasker se defendió bien y se llegó a un final donde el alemán podía perfectamente entablar. En ese momento el campeón hizo una jugada que cambiaría el desarrollo posterior del duelo. A la altura del movimiento 45, Lasker tenía calidad de menos—es decir, un caballo por una torre— y ante el jaque de la dama blanca cometió un error de principiante que Capablanca aprovechó al instante. Lasker se rindió y a partir de ahí todo favoreció al cubano.
Después del error, Lasker mostró síntomas de recuperación y entabló otras cuatro partidas consecutivas. La buena suerte del alemán no iba a continuar y en el décimo encuentro apareció otra vez la genialidad de Capablanca. El marcador se puso a su favor, 2 a 0. Lasker se desmoralizó luego de su segundo revés y apenas hizo resistencia en la oncena partida, 3-0. Dos nuevas tablas y el cuarto triunfo de Capablanca en la decimocuarta, 4-0.
El match estaba decidido; sin embargo, sorprendió la renuncia de Lasker a continuar el duelo. Alegó problemas de salud. Capablanca vio al inicio el gesto del alemán como una forma de minimizar su triunfo; pero Lasker lo convenció de que no era así y Capablanca aceptó la retirada. Era el tercer campeón del mundo y estaba en la cúspide de su carrera.
Bella crónica, Migue. Las glorias de Capablanca y los triunfos de Leinier alegran el alma de este país.