Murió Diego Armando Maradona. Esta vez no es un rumor, sino un hecho dolorosamente cierto. El Pelusa, que tantas gambetas hizo con esa mágica pierna zurda, no pudo esquivar esta vez las complicaciones posteriores derivadas de la operación cerebral a la que fue sometido. Su partida ha conmocionado al planeta fútbol que lo reconoce como uno de sus mejores jugadores de todos los tiempos. La pelota no se mancha, dijo Diego, en una de sus frases más icónicas y ese amor al fútbol lo acompañó hasta el final.
Las notas sobre su muerte resaltarán sus éxitos deportivos, que no fueron pocos. Diego salió de la más aterradora pobreza en su natal Villa Fiorito, en la provincia de Buenos Aires, para convertirse en un ídolo de millones. Debutó en Primera División con Argentinos Juniors y desde los primeros toques al balón para todos quedó claro que el bajito era especial. De Boca Juniors saltó a Europa, hasta Barcelona y de ahí a Nápoles, donde lo idolatrarán por siempre.
Con la selección nacional de Argentina, Diego hizo de todo. Su Mundial de México, en 1986, fue mágico. Probablemente nunca antes un jugador tuvo tanto protagonismo en el triunfo de un equipo como el de Diego en aquella Copa. Enfureció a los ingleses con su “mano de Dios” y los dejó atónitos con su galopada desde el centro del terreno en lo que, al menos en esto sí puede haber consenso, ha sido el gol más espectacular en la historia de los Mundiales.
Después, en Italia, en 1990, soportó golpes por todas partes; pero pudo llevar a su Argentina otra vez a la final, ante Alemania, el mismo rival que cuatro años atrás, ahora unificado. Diego lloró al recibir la medalla de plata y siempre creyó —y en esto tampoco estuvo solo— que el árbitro mexicano Edgardo Codesal inventó aquel penal que anotó Andreas Brehme.
Argentina ilusionó en el Mundial de Estados Unidos, en 1994; pero entonces vino la prueba antidoping positiva por efedrina y con esto se derrumbaron las esperanzas de los seguidores de la albiceleste. También se derrumbó Diego.
Las notas periodísticas por su muerte no pasarán por alto los problemas de Maradona. Alcohol y drogas fueron un cóctel del que no pudo escapar. Pagó muy caro ese descontrol, porque su magia futbolera se fue apagando. Los continuos pleitos familiares nos mostraron a un ídolo con muchos millones en su cuenta bancaria, pero a veces terriblemente solo entre tantas multitudes.
Pero Diego fue mucho más que goles, títulos, drogas y excesos. No tuvo pelos en la boca para decir lo que sentía. Para bien, y para mal. Defendió aquello en lo que creyó y se ganó grandes amigos y no pocos enemigos. Si algo nos queda claro es que Maradona no dejó indiferente a nadie. Tenía 60 años. Su cuerpo desgastado no pudo resistir más. El planeta fútbol ha perdido a una de sus mayores leyendas. Se fue El Pibe, El Pelusa. Nos queda Diego.
Publicado en PanamericanWorld
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