En 1946 Alexander Alekhine era el campeón mundial; sin embargo, su figura había sido asociada con el fascismo alemán y este hombre, que realmente nunca despertó muchas simpatías, había caído en desgracia ante la comunidad del juego ciencia. En la mañana del 25 de marzo de 1946, el cuerpo sin vida del monarca universal apareció en la habitación de un hotel, en Estoril, Portugal. Durante mucho tiempo se ha especulado sobre esta sorpresiva muerte; pero antes de llegar a esa noche fatídica, les propongo recordar algunos de los momentos más importantes, y realmente no fueron pocos, en la vida de Alekhine.
Este gran jugador nació en Moscú, en 1892, y bajo la bandera rusa Alekhine obtuvo sus primeros éxitos en el ajedrez. Los renovadores procesos políticos y sociales en los que vivía Rusia, luego de la Revolución de Octubre de 1917, no agradaron a Alekhine quien decidió abandonar su país natal, en 1921 y se radicó en Francia. Años más tarde recibió la nacionalidad francesa y con ella se mantuvo hasta su muerte.
CAPABLANCA VS. ALEKHINE, UN DUELO MÁS ALLÁ DEL TABLERO
En la segunda parte de la década del veinte, Alekhine parecía el único hombre capaz de frenar a José Raúl Capablanca, quien había conquistado el título mundial, al derrotar a Lasker, en La Habana. No obstante, el cubano había establecido múltiples requisitos económicos para aceptar el reto lanzado por el ahora francés. Alekhine perseveró en su empeño y sorpresivamente el gobierno argentino anunció que correría con todos los gastos, siempre y cuando el match por la corona se celebrara en Buenos Aires.
Aquella fue una excelente noticia para Alekhine; sin embargo, todavía tuvo que cumplir un último requisito: el cubano declaró que el primer lugar del torneo de Nueva York, donde se reunieron varios de los principales ajedrecistas del momento, sería su oponente en el tan esperado match por la corona universal. En Nueva York, en 1926, Capablanca ganó con una aplastante superioridad sobre todos sus contrarios y Alekhine se las arregló para concluir en la segunda posición, 2,5 puntos por detrás del cubano.
Entonces, todo quedó arreglado. En los meses previos al match, Alekhine se encerró en su casa y realizó un pormenorizado análisis del juego de Capablanca. Estudió cada una de sus partidas, aprendió sus debilidades y con una gran confianza arribó a la capital argentina.
Capablanca llegó también confiado, no precisamente por largas horas de preparación, sino porque pensaba que, después del triunfo en Nueva York, el match frente a Alekhine no sería un problema.
Ese fue, tal vez, el más grave error que cometió en su vida el genial ajedrecista cubano. Alekhine incluso estuvo detrás en el marcador, 2 a 1; pero a partir de la oncena partida cambió el curso del duelo y el francés triunfó en dos partidas consecutivas y nunca más perdió la ventaja. Después de 34 encuentros y 73 días, Alekhine alcanzó la ansiada sexta victoria y fue reconocido como el nuevo campeón del mundo.
Capablanca intentaría, una y otra vez, que el francés le otorgara la revancha; pero Alekhine, por ¿venganza por lo que Capablanca lo hizo sufrir? o ¿por miedo a perder la corona ante un jugador que todos consideraban mejor? nunca accedió a esa revancha.
Luego del triunfo sobre Capablanca, en Buenos Aires, en 1927, Alekhine defendió con éxito en dos ocasiones su corona frente al ruso Efim Bogoljubov, un hombre sin dudas inferior al cubano, en todos los sentidos, pero que Alekhine sabía que podría derrotarlo, sin complicaciones.
El siguiente retador de Alekhine fue el matemático holandés, Max Euwe. No pocos pensaron que aquel sería otro cómodo duelo; sin embargo, la adicción a la bebida del campeón y su exceso de confianza jugaron un rol determinante en el revés ante Euwe, por apenas un punto, 15,5 a 14,5.
La derrota impactó profundamente a Alekhine quien hizo uso de los acuerdos del match y exigió una revancha. En 1937 los mismos jugadores se enfrentaron; pero esta vez el francés sí tomó en serio a Euwe y lo venció fácilmente.
Dos años después comenzó la Segunda Guerra Mundial y los críticos señalan que, durante la conflagración, Alekhine jugó partidas en la Alemania fascista de Adolf Hitler. Además, las investigaciones publicadas por ChessBase, también le adjudicaron a Alekhine la autoría de varios artículos en contra de los ajedrecistas judíos y que aparecieron en la prensa nazi.
Luego del final del conflicto bélico, Alekhine negó ser el autor de los artículos titulados “El ajedrez ario y el ajedrez judío”; sin embargo, su figura no fue bien acogida por los jugadores. Al identificarlo como un colaborador nazi, Alekhine perdió toda posibilidad de discutir su corona mundial.
Todo parecía definitivamente terminado para Alexander Alekhine, porque no le reconocían el título y sus continuas borracheras habían eliminado lo que poco que le quedaba de fortuna y habían minado su salud.
Los ingleses plantearon la idea de organizar un torneo, con los mejores ajedrecistas, del que saldría el nuevo monarca. Alekhine, por supuesto, no fue incluido entre los participantes, por las protestas de los ajedrecistas estadounidenses. Esto lo desilusionó todavía más; aunque tuvo algunas esperanzas después de recibir una carta del soviético Mijaíl Botvinnik, en la que lo llamaba el verdadero campeón y le proponía un match.
Esta era la situación en marzo de 1946. Alekhine estaba enfermo y refugiado en Estoril, Portugal, donde intentaba prepararse para el duelo contra Botvinnik. A través de un telegrama de la Federación británica el francés supo que el proyecto de Botvinnik tuvo éxito y solo quedaban por fijar algunos acuerdos para, finalmente, celebrar el match.
MUERTE DE ALEKHINE, UN MISTERIO SIN RESOLVER
Sin embargo, ese match nunca llegó a celebrarse. Menos de 48 horas después de conocer la excelente noticia, Alexander Alekhine apareció muerto, en la habitación del hotel en Estoril, donde permaneció sus últimos días. En el certificado de defunción el médico escribió que Alekhine falleció por causa de un ahogamiento con un trozo de comida o por un ataque al corazón.
En una biografía sobre Alekhine, publicada en 1975 por el Gran Maestro soviético Alexander Kotov, se describe el contexto que rodeó su muerte de esta manera: «Enfermo sin esperanza, abandonado por todos y rechazado por la gente con la que había andado un gran camino y que ahora no querían ni verlo y lo cuestionaban en lo personal, Alekhine moría lentamente en una pequeña habitación del hotel Park, medio cerrado por el invierno, en Estoril. No tenía previsiones de futuro, ni medios, ni amigos que lo apoyasen”.
La muerte de Alekhine todavía provoca polémicas. En el informe de autopsia, el médico Antonio Ferreira reveló que la causa de la muerte de Alekhine fue “asfixia debida a un trozo de carne, procedente de una comida, que se atascó en la laringe. No hubo evidencia de ningún tipo de que hubiera juego sucio, ni suicidio, ni homicidio.”
Pero algunos años después, los que defienden la teoría del asesinato aseguran que el propio Ferreira desmintió los resultados de la autopsia. Supuestamente el médico declaró que él había recibido presiones externas para ocultar el hecho de que el cuerpo de Alekhine, en realidad, apareció en la calle, frente a la habitación y que la verdadera causa de muerte fue un disparo.
Creo que nunca podrá saberse, con exactitud, qué sucedió aquella noche del 24 de marzo de 1946, en Portugal. Sin dudas el final de Alekhine fue triste. Nadie reclamó su cuerpo y lo enterraron, ante la presencia de pocos conocidos, en el cementerio de Estoril. Solo una década después la Federación internacional decidió aprobar los fondos para trasladar el cuerpo del campeón al Cimetière du Montparnasse, en París.
Allí, en una tumba cubierta por granito rojo y con su imagen en mármol de Carrara en la cabecera, reposa el gran Alexander Alekhine.