Onel Hernández salió de Cuba, con su familia, cuando tenía seis años. Ahora juega en el Norwich City y se convertirá en el primer futbolista cubano en disputar un partido en la Liga Premier. Marcel Hernández es una estrella en la liga costarricense, la tercera más fuerte de CONCACAF. Ambos han expresado su interés de vestir el uniforme de la selección nacional cubana. A ellos (y a tantos otros) le acaban de volver a negar esa posibilidad.
«No están creadas las condiciones legales», «no es el momento oportuno» y la lista de justificaciones pudiera continuar con otras expresiones que no solo cansan, sino indignan. Después de tantos meses de incertidumbre finalmente los burócratas determinaron que no serán convocados a la selección nacional cubana de fútbol, que disputará la Copa Oro, los jugadores que firmaron contratos con clubes extranjeros de manera independiente, por lo que el equipo solo incluirá a aquellos que tienen contratos aprobados por la Asociación cubana de fútbol.
Por tanto, hasta que no cambie la relación de las federaciones cubanas con los deportistas insertados en clubes profesionales, Onel y Marcel no podrán defender los colores de la selección nacional. Una posición tan retrógrada debería recibir un abucheo colectivo que, ojalá, llegara a oídos de los que, detrás de un buró, mueven (no de manera invisible) los hilos del deporte en este archipiélago.