Un cuarto de millón de dólares. Ese fue el precio que pidió el corredor norteamericano Tommie Smith por la medalla de oro que obtuvo en los Juegos Olímpicos de México, en 1968. Agobiado por las deudas, el veterano corredor no encontró una mejor opción y tuvo que subastar la presea que lo convirtió en uno de los símbolos más importantes en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos. Las imágenes de Tommie y su compañero John Carlos, subidos en el podio de premiación, con la cabeza baja y el puño con un guante negro en alto, mientras sonaban las notas del himno estadounidense, serán recordadas por siempre; aunque la vida de los atletas involucrados en aquella valiente protesta no fue fácil después de la cita estival mexicana.
Imaginemos que estamos en el estadio Olímpico de México. Es octubre de 1968 y por primera vez en la historia se utiliza una pista sintética para las diferentes modalidades del atletismo. Esa innovación y la altura sobre el nivel del mar de la capital azteca propiciaron marcas inolvidables, entre ellas el estirón increíble de Bob Beamon hasta los 8 metro y 90 centímetros en el salto largo, un récord que estuvo vigente durante 23 años.
Mientras los atletas se reunían en la Olimpiada, muchos en el mundo habían levantado su voz por un imprescindible cambio social. En Vietnam se vivían días sangrientos, los estudiantes en París continuaban con sus reclamos y en los días previos al inicio del evento olímpico, el ejército mexicano había provocado la matanza de Tlatelolco.
La carrera de los 200 metros planos de la Olimpiada fue una de las más espectaculares de aquella cita y de seguro la más recordada, no precisamente por el excelente tiempo registrado en la pista, sino por lo que sucedió después. Antes de que sonara el disparo de arrancada todos sabían que la lucha por las medallas se centraría alrededor de dos excelentes atletas negros, los estadounidenses Tommie Smith y John Carlos.
En realidad ninguno de los dos estaba convencido de que su participación en la Olimpiada era la mejor forma de mostrar su descontento por las continuas violaciones a los derechos civiles que sufrían los negros en todo Estados Unidos. Ambos habían ganado una beca por sus condiciones atléticas para estudiar en la Universidad de San José State y en las aulas del recinto docente habían sido influidos por la palabra y la acción del profesor Harry Edward. La lucha por los derechos de los negros estaba en uno de sus momentos de mayor efervescencia y Edward era uno de los que hablaba con pasión del Poder Negro.
El profesor encontró a muchos seguidores, especialmente entre los atletas de mejores resultados.
La idea de muchos de los deportistas y discípulos de Harry Edward era boicotear a la Olimpiada mexicana, como señal de protesta. Por ejemplo, el baloncestista Lew Alcindor, quien años más tarde alcanzaría una enorme fama bajo su nuevo nombre, Kareem Abdul Jabbar y que todavía es el máximo anotador de puntos en la historia de la NBA, fue uno de los que se negó a representar a su país en los Juegos Olímpicos; sin embargo, otros, como Tommie Smith y John Carlos entendieron que había diferentes maneras, incluso más efectivas, de mostrar su rechazo a las políticas de exclusión social que afectaban a los negros. Antes de viajar a México los dos corredores ya habían organizado un plan.
Pero regresemos al estadio olímpico de la capital azteca. Cuando escuchó el disparo, Tommie atacó con fuerza los primeros metros y su excelente estatura y largas piernas le permitieron tomar una rápida ventaja que nunca perdió. Cerca de él, su compañero John Carlos trataba de recortar la distancia; pero parece que no notó que a su lado un corredor australiano, un perfecto desconocido, Peter Norman lo seguía de cerca. Tommie no tuvo problemas para ganar cómodamente la carrera. Entró con los brazos en alto y esto le hizo perder algunas centésimas, pero a pesar del descuido su tiempo fue espectacular: 19 segundos y 83 centésimas. El australiano Norman se convirtió en la gran sorpresa al conquistar la medalla de plata, por delante de John Carlos quien no supo administrar sus energías y vio cómo Norman lo superaba en los últimos metros.
Pocas horas después se efectuaría la ceremonia de premiación; pero si en la carrera de 200 metros planos se habían cumplido los pronósticos, aquella premiación tendría un final completamente diferente al que habían planeado los organizadores.
En los minutos previos a la ceremonia de premiación de la carrera de los 200 metros planos, Tommie Smith y John Carlos se acercaron al australiano Peter Norman y le entregaron una pequeña insignia que simbolizaba un reclamo por los derechos civiles de los negros estadounidenses. Sin pensarlo dos veces Norman se la colocó en el pecho y marchó junto a Tommie y John Carlos hacia el podio.
Cada uno recibió su medalla y como siempre había sucedido, el himno del campeón comenzó a escucharse en el estadio azteca. Mientras las banderas ascendían lentamente, Tommie y John Carlos, de forma simultánea, agacharon su cabeza y levantaron el puño derecho uno, el izquierdo el otro. Ambos llevaban un guante negro. Los rumores se esparcieron por todo el estadio. Ni siquiera se respetó el obligatorio silencio ante el himno.
Tommie y John Carlos mantuvieron su cabeza baja y el puño levantado hasta que concluyó el himno y luego se retiraron a la villa olímpica.
Ellos sabían que algo iba a pasar y las autoridades del Comité Olímpico Internacional, encabezadas por el polémico presidente Avery Brundage, uno de los hombres que quiso que le retiraran las medallas al indio Jim Thorpe después de los Juegos de Estocolmo en 1912, se encargaron de castigar, por todos los medios posibles, a los dos audaces atletas que habían encontrado una forma original de protestar por los abusos que sufrían los de su raza en Estados Unidos.
Las consecuencias de la protesta fueron terribles. Avery Brundage expulsó de la villa a los dos corredores, bajo la acusación de “utilizar a la Olimpiada como propaganda política”. El hecho de portar la insignia que le ofrecieron Tommie y John Carlos también afectó al australiano Peter Norman, pues fue humillado por el Comité olímpico de su país y su nombre nunca más volvió a sobresalir.
Peter Norman murió como un alcohólico, en Melbourne, en 1996, 28 años después de su apoyo silencioso a la causa que defendían Tommie y John Carlos. Sus compañeros en el podio olímpico viajaron a la ciudad australiana para cargar el ataúd de su compañero hasta la sepultura.
Para Tommie Smith y John Carlos el regreso a Estados Unidos no incluyó ceremonias de recibimiento. Las críticas en los principales medios de comunicación no tardaron en aparecer. Hubo pocos defensores de su acción y sí diversas crisis familiares. La esposa de John Carlos se suicidó en 1977 y Tommie, luego de fracasar en su intento por jugar al fútbol americano, se dedicó a entrenar a los atletas más jóvenes en pequeños centros docentes.
Los reconocimientos para Tommie y John Carlos tardaron mucho tiempo en llegar. Hoy existe una estatua de los dos valientes atletas en la entrada de la Universidad de San José State y se les recuerda como símbolos del Movimiento por los derechos civiles de los afro-norteamericanos; pero durante décadas vivieron en el olvido.
La crisis económica afectó la débil situación financiera de Tommie Smith. Abrumado por las deudas, decidió colocar en una subasta su medalla de oro olímpica. Pidió 250 mil dólares como precio inicial. Poco importa quién finalmente coloque en su colección privada el pedazo metal que Tommie recibió aquella tarde de octubre de 1968 en el estadio mexicano, pues el gesto de los dos hombres, con la cabeza baja y el puño en alto, enfundado en un guante negro, es invaluable.