El béisbol cubano acaba de cumplir su peor actuación histórica en un torneo internacional. Bochorno, vergüenza, “papelazo”, “mándenlos a cortar caña” (aunque este “castigo”, que arrastramos desde la década del setenta, hoy es totalmente anacrónico) fueron algunas de las frases que, entre “almendrones” y P12, pude escuchar, tras el KO propinado por Holanda (14-1) en el IV Clásico Mundial.
El desencanto, no podía ser de otra forma, era generalizado. A pesar del bombardeo de “mensajes positivos”, para el fanático cubano quedaba claro que con ese equipo (que es el reflejo del estado actual de la pelota nacional) no se podía aspirar a más; sin embargo, ni siquiera esa sensación de “derrota aceptada de antemano” era capaz de aplacar las críticas de millones que esperaban, al menos, un “revés digno” que permitiera justificar la tan llevada y traída frase: “cumplimos nuestro objetivo, que era avanzar a la segunda etapa”.
Quizás lo que más me preocupa es que, nuevamente, los análisis se centren en identificar uno (o varios) “culpables” de la desastrosa actuación en el Tokio Dome. Lloverán, justamente, las críticas sobre una dirección conservadora y regionalista, incapaz de introducir cambios; volveremos a escuchar, en cualquier plataforma mediática, los “análisis” en el uso del pitcheo, “el oficio” de nuestros rivales; la baja forma de varios peloteros (con Frederich Cepeda y Carlos Benítez como principales receptores de los dardos). En eso de presentar justificaciones, ya sabemos, difícilmente nos puedan superar, porque tenemos una amplísima experiencia y, claro, escucharemos hasta el cansancio que “cumplimos la meta”, cuando es evidente que esa “misión cumplida” solo puede entenderse gracias a la generosidad de los organizadores del Clásico Mundial, que colocaron a Cuba en el grupo más fácil de todos. En cualquiera de los otros tres, la selección nacional probablemente hubiera sido incapaz de avanzar.
Pero no hagamos más leña del árbol caído. La paupérrima actuación en el Clásico Mundial no debería utilizarse para crucificar a “Martí & Cepeda y compañía”, sino que podría ser entendida como la carta final que entrega el cartero y que contiene una advertencia para tumbar las pocas vendas que quedan sobre algunos, incapaces de cambiar todo lo que deba ser cambiado.
¿Un equipo unificado, para 2021? Sí. ¿Nuevas contrataciones, en diferentes ligas, con “mente más abierta”? Por supuesto. ¿Más presupuesto para retomar el “béisbol de base”? Impostergable. El cambio es imprescindible, porque el cartero no llama dos veces.