Mientras otras disciplinas deportivas se preocupan por las sustancias dopantes que puedan incorporar en sus cuerpos los atletas para mejorar los resultados, en el ajedrez el principal dolor de cabeza de los organizadores de torneos está en los cada vez más ingeniosos mecanismos que utilizan los tramposos para aprovechar la ayuda de las nuevas tecnologías durante el desarrollo de una partida.
¿Cómo impedir las trampas tecnológicas en el ajedrez? La FIDE utilizará en la Olimpiada, en Bakú, el mayor dispositivo de seguridad en la historia del juego ciencia, con el objetivo de evitar cualquier escándalo que empañe un evento al que asistirán los mejores ajedrecistas del mundo.
Antes del comienzo de cada ronda, los capitanes y jugadores de cada equipo (tanto en el torneo Abierto como en el certamen femenino) tendrán que pasar por un detector de rayos X (como los que existen en los aeropuertos); además, el personal de seguridad revisará los efectos de cada participante. Cada uno de los jugadores deberá dejar su teléfono móvil, su reloj inteligente y hasta los bolígrafos—la FIDE entregará sus propios bolígrafos— en un “área de almacenamiento”. Solo al final de la ronda podrán recuperar sus efectos personales.
Esta medida ha sido habitual, pero lo novedoso llega en los “chequeos al azar” de 30 a 40 ajedrecistas, durante cada ronda. Estas revisiones mientras se juegan las partidas las realizarán, dice la FIDE, “árbitros especializados en trampas”, que emplearán escáneres y otros detectores. Si saltara alguna alarma, el jugador sería conducido a una habitación privada, donde se realizaría un “chequeo más profundo” (y no precisamente de próstata), en presencia del árbitro principal del torneo. El que ose a negarse a una de estas revisiones “en vivo”, perderá de inmediato la partida. Será interesante saber si Magnus Carlsen recibirá un chequeo de estos.
Allí no termina la cosa, porque también habrá revisiones al final de cada ronda. Algo así como “la prueba de orina después de un partido”, solo que esta vez, entre 5 y 10 jugadores, en lugar de un líquido corporal, entregarán a los árbitros sus ropas, bolsos o cualquier otro ítem.
¿Paranoia ajedrecística? Hemos vivido ya tantos casos de tramposos y otros escándalos “sin prueba” (recordemos el ToiletGate, entre Kramnik y Topalov, una década atrás) que cualquier medida parece insuficiente.