La participación de Cuba en el III Clásico Mundial terminó de la peor manera posible: con un fly de sacrificio que dejó en el terreno a un equipo que parecía tener todo listo para incluirse entre los cuatro grandes.
¿Qué podemos sacar de «positivo» de las dos derrotas ante Holanda? Han pasado tres semanas desde la eliminación y los ecos del Clásico, poco a poco, se han ido apagando; pero los directivos del béisbol cubano no deberían olvidar los errores cometidos en el terreno de juego y, especialmente, las causas que provocaron esas pifias mentales.
¿Cuánto más debemos caer para acabar de comprender que, si no nos adaptamos a la manera en que se juega el béisbol en el mundo, seguiremos engañándonos detrás del ranking de la IBAF? ¿Cuánto derrotas más (pocas, porque cada vez se organizan menos eventos internacionales) debemos sufrir para entender que un relevista no puede abrir un partido, que las alineaciones no se mueven por «decisión divina» o que si no se adoptan decisiones inmediatas los mejores talentos continuarán buscando nuevos destinos, lejos de la Serie Nacional?
Ojalá lo ocurrido en el Tokio Dome sirva como el detonante necesario para impulsar los cambios que no pocos pedimos en la pelota nacional. Si así fuera, entonces el desaliento que nos invadió, después del aquel fatídico fly de sacrificio del bateador holandés, no habrá sido en vano.