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Armstrong, otro dios caído y el llanto ajeno


Quizás otro atleta luciría preocupado; no todos los días un deportista recibe un castigo de por vida, que podría obligarlo a devolver casi todos los títulos que ganó durante su carrera. Sin embargo, el ciclista estadounidense Lance Armstrong intenta parecer muy tranquilo. “Nadie necesita llorar por mí, voy a estar fenomenal”, aseguró.

Armstrong fue uno de los mayores ídolos deportivos de la primera década del siglo XXI. Su historia ciertamente era inspiradora: en 1996 le fue diagnosticado cáncer de testículo, con apenas un 50% de probabilidades de supervivencia. Vinieron las operaciones, la quimoterapia… Fueron tiempos difíciles; pero Armstrong salió airoso de esa larga batalla que se prolongó por más de un año.

Pocos creían que, después de tantos problemas, el estadounidense pudiese volver a la carretera. Su voluntad se puso a prueba, una vez más. Entrenó fuerte, dejó atrás las dudas y, en 1997, se reincorporó a las competencias. Dos años más tarde, vino el primer título en el Tour de Francia, considerado el evento más importante del ciclismo. Luego llegaron más triunfos, hasta totalizar siete coronas, un récord que muchos suponían difícil de superar.

La admiración hacia Armstrong era, comprensiblemente, enorme. Sus éxitos deportivos representaban una victoria de la perseverancia del ser humano. El final de su historia debía ser uno feliz: Armstrong, como uno de los ciclistas que más marcó a ese deporte. Pero todo eso se derrumbó, tal vez más rápido que un castillo de naipes.

Las primeras dudas sobre la limpieza de los triunfos de Armstrong comenzaron en 2004. El diario británico The Sunday Times publicó una serie de artículos en los que se aseguraba que el ciclista había utilizado sustancias dopantes. Esas críticas molestaron al estadounidense, quien arremetió contra el periódico y logró, mediante un juicio, una indemnización de casi tres millones de dólares, por una supuesta difamación de ese medio de comunicación.

No hubo pausas en las acusaciones. En 2006, el diario especializado francés L´Equipe dio a conocer que, seis muestras de orina del estadounidense, tomadas durante el Tour de 1999, mostraban rastros del estimulante sanguíneo eritropoyetina (EPO).

Una comisión de la Unión ciclística internacional analizó esas nuevas denuncias y concluyó que eran infundadas, así que Armstrong salió absuelto. En 2011, llegó el retiro definitivo; aunque ni siquiera el alejamiento de las carreteras impidió que continuara una investigación de la Agencia norteamericana antidopaje (USADA, por sus siglas en inglés).

Los abogados de Armstrong trataron de impedir, mediante diversos mecanismos legales, que prosiguiera la pesquisa. Probablemente el ciclista temiera el resultado final, porque la USADA había asegurado que tenía en su poder muestras de sangre, obtenidas en 2009 y 2010, que probaban el dopaje con EPO. A esto se añadían los testimonios de algunos compañeros de equipo de Armstrong, quienes estaban dispuestos a atestiguar en su contra.

La batalla legal prosiguió y ninguna de las dos partes parecía ceder, hasta que una demanda de Armstrong fue rechazada por un juez de distrito. No había nada más que hacer. La USADA anunció que, a partir de las pruebas acumuladas, Lance Armstrong era culpable por un dopaje continuado y decidió retirarle todos los triunfos logrados desde 1998. Así, el ciclista perdía su medalla olímpica de Sídney 2000 y, especialmente, los siete títulos del Tour de Francia.

¿Qué hubiera hecho un atleta inocente? Probablemente seguir apelando ante distintas instancias, hasta demostrar el error de la USADA; pero Armstrong optó por el camino menos complejo. Dijo que era blanco de una “cacería de brujas” por parte de la Agencia y optó por no defenderse más de las acusaciones.

Ese silencio del ídolo deportivo deja abiertas múltiples interrogantes. Muchos siguen creyendo en el atleta y su prestigiosa fundación, Livestrong —que ayuda a los pacientes con cáncer— continúa recibiendo importantes donaciones monetarias; pero para otros, Armstrong es un tramposo descubierto, uno más en la larga y triste lista de ciclistas que apostaron por el dopaje para triunfar.

Armstrong pidió que nadie llorara por él; pero lo que quizás no acaba de comprender es que esas lágrimas no se derramarían por el Armstrong-persona, sino por el Armstrong-símbolo. Otro dios del deporte que cae desde las alturas.

Publicado en CubaSí

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