Su patética imagen recorrió el mundo. Ante las cámaras y millones de espectadores, en todos los continentes, el defensor del Real Madrid, Pepe, pisó la mano del argentino Lionel Messi quien se encontraba en el piso, después de recibir otra durísima entrada de sus rivales, incapaces de detenerlo de una forma diferente.
Messi se retorcía de dolor, en el terreno del “Santiago Bernabéu”; sin embargo, el árbitro principal y sus asistentes optaron por dejar pasar esa clarísima infracción. Era imprescindible, en ese momento, sacar una tarjeta roja. Hubiera sido una aleccionadora acción; pero no, los hombres vestidos de negro parece que comenzaron a sufrir de una repentina miopía.
Quizás lo más triste de esa lamentable acción sea que no es la primera, ni tampoco la segunda vez que Pepe muestra ante todos cuál es su posición en un terreno de fútbol. Su misión parece ser la de destruir, no precisamente los ataques de los contrarios, sino a los propios rivales. Si ese fuera el trabajo que le ha encomendado José Mourinho, pues el portugués ha sabido cumplir a la perfección su “función.
Esa “efectividad” en las entradas fuertes, en las tarjetas amarillas recibidas y en las rojas que debió ver, solo le ha valido a Pepe para ser cordialmente odiado, incluso hasta por los fanáticos del Real Madrid. Los defensores rudos han existido en todas las épocas del más universal de los deportes; pero lo de Pepe va mucho más allá. Él es la prueba viviente de la peor manera de practicar el fútbol.
Pepe ni siquiera tuvo el valor de pedir disculpas. En un comunicado publicado en la web oficial del club merengue, el portugués dijo: “si Messi se siente ofendido le pido disculpas porque lo que pretendo es defender a mi equipo y a mi institución. Me entrego en cuerpo y alma, jamás se me pasa por la cabeza hacer daño a un compañero de profesión”.
¿Realmente alguien cree en estas palabras? Tendríamos que ser muy ingenuos…