La primera medalla de un cubano en los Mundiales de atletismo llegó en la cita inaugural, organizada por Helsinki, en 1983. El lanzador de disco Luis Mariano Delís envió el implemento hasta los 67 metros y 36 centímetros y solo fue superado por el checo Imrich Bugár.
Otros cubanos lograron incluirse entre los ocho finalistas; aunque quedaron lejos de las primeras posiciones. Por ejemplo, la primera latinoamericana campeona olímpica, la inolvidable jabalinista María Caridad Colón, concluyó en la octava plaza. Igual posición alcanzó la balista María Elena Sarría; mientras el discóbolo Juan Martínez fue séptimo. El debut mundialista fue discreto; pero a partir de la siguiente cita, en Roma, las cosas mejorarían y mucho para el atletismo nacional.
En la capital italiana Luis Mariano Delís volvió a subir al podio en el lanzamiento del disco; sin embargo, esta vez descendió un lugar y terminó con una meritoria tercera posición. Los relevos también hicieron un sorpresivo aporte y la posta de 4 x 400 metros de los hombres finalizó con la presea de bronce, por detrás de las cuartetas de Estados Unidos y Gran Bretaña.
Nuestro recorrido nos acerca al tercer Mundial. Recordemos que Cuba estuvo ausente de las Olimpiadas de Los Ángeles, en el 84 y Seúl, en el 88. Por tanto, el reto en Tokio, sede de la tercera edición mundialista, en 1991, prometía ser fortísimo. Las principales esperanzas estaban centradas en Ana Fidelia Quirot y Javier Sotomayor. Ambos cumplieron los pronósticos y lograron medallas; no obstante, la tan esperada primera presea dorada tuvo que esperar un poco más, porque Sotomayor saltó dos centímetros menos que el norteamericano Charles Austin y Ana Fidelia terminó, en los 800 metros planos, por detrás de la entonces soviética Liliya Nurutdinova.
Dos atletas cubanos finalmente lograron subir a lo más alto del podio en el Mundial de Stuttgart, en 1993. Como curiosidad les comento que los dos campeones ganaron la misma especialidad: el salto alto. El título de Javier Sotomayor realmente se esperaba, porque era el monarca olímpico de Barcelona y también poseía el récord mundial. Su estirón hasta los 2 metros y 40 centímetros fue inalcanzable para el polaco Artur Partyka.
Sin embargo, entre las chicas el triunfo de Ioamnet Quintero sí que fue una muy agradable sorpresa y para completar las alegrías, Silvia Acosta terminó en la segunda posición para completar un inédito 1-2 en el salto alto. Esta hazaña nunca más ha vuelto a repetirse en los Mundiales de atletismo.
La situación para el atletismo cubano mejoró todavía más en la edición de Gotemburgo, en 1995, porque la delegación alcanzó cuatro preseas, dos de ellas doradas. En la urbe sueca comenzó el enorme dominio que mantendría el saltador Iván Pedroso durante casi una década. El llamado “saltamontes” obtuvo su primer título mundial al estirarse hasta los 8 metros y 70 centímetros; pero, sin dudas, lo más llamativo para Cuba ocurrió en la pista, en la final de los 800 metros planos.
Apenas dos años atrás un accidente doméstico estuvo a punto de terminar con la vida de Ana Fidelia Quirot. Su cuerpo sufrió enormes quemaduras y parecía que su carrera estaba terminada. Todos se equivocaron, porque la santiaguera demostró tener una gigantesca voluntad y retornó a las pistas en los Juegos Centroamericanos de Ponce, en el mismo 1993. Allí obtuvo una increíble medalla de plata. Casi no podía mover ni sus brazos ni la cabeza.
Ante esta triste realidad, pues pocos contaban con la extraordinaria atleta para una medalla en los 800 metros en Gotemburgo. Las favoritas eran la surinamesa Letitia Vriesde y la británica Kelly Holmes; sin embargo, pudo más la voluntad y el talento de la cubana quien se impuso con un impresionante repunte final que le permitió detener el cronómetro en 1 minuto, 56 segundos y 11 centésimas.
En Gotemburgo también hubo malas noticias para Cuba, porque Javier Sotomayor no pudo retener su corona en el salto alto y cedió frente a uno de los contrarios que más oposición siempre le hizo: el bahamés Troy Kemp. La otra medalla de plata cubana la ganó la saltadora de longitud Niurka Montalvo, quien luego adoptó la nacionalidad italiana.
La siguiente cita mundialista tuvo como sede a Atenas, en 1997. Este campeonato es inolvidable porque el atletismo cubano cumplió en la capital griega su mejor actuación de todos los tiempos. En total la delegación ganó seis medallas, cuatro de ellas de oro. Nuevamente Iván Pedroso se mostró dominador y subió a lo más alto del podio, al alcanzar los 8 metros y 42 centímetros; mientras Sotomayor recuperó la corona cedida dos años antes y volvió a dejar en plata al polaco Artur Partyka.
Junto a los triunfos de Pedroso y Sotomayor, en Atenas brilló Ana Fidelia Quirot. Esta vez sí era una de las principales favoritas y aunque en la final de la Olimpiada de Atlanta, en 1996, no logró su tan ansiado título, en realidad todos la consideraban con posibilidades de triunfar en el Mundial de 1997.
La cubana sabía que tendría que cuidarse y mucho de dos fortísimas rivales, su amiga, la mozambiqueña María de Lurdes Mutola y la surinamesa Letitia Vriesde. La Quirot impuso su ritmo y terminó con un cerrado éxito sobre la rusa Yelena Afanasyeva y la Mutola.
La cuarta corona para Cuba en el Mundial de Atenas lo logró el triplista Yoelvis Quesada, con su salto de 17 metros y 85 centímetros; mientras Aliécer Urrutia concluyó en el tercer lugar de ese mismo evento y Norberto Téllez sorprendió con su segundo puesto en los 800 metros.
Quirot, Pedroso, Sotomayor, Quesada, Urrutia y Téllez subieron al podio en la cita ateniense; pero más allá de estas seis medallas, la delegación cubana ascendió todavía más en la tabla de posiciones por las actuaciones de otros atletas que, aunque no ganaron preseas, sí aportaron puntos, al incluirse entre los ocho finalistas.
Por ejemplo, el velocista Iván García cronometró 20,31 segundos, en los 200 metros y con ese buen tiempo finalizó cuarto, en una prueba ganada por el trinitario Ato Boldon. En cuarto lugar también finalizó el relevo de 4 x 100 metros, superado apenas por una centésima de segundo por la cuarteta británica. Más lejos de las medallas culminaron las jabalinistas Sonia Biscet, en el sexto y una prometedora joven, todavía en edad juvenil, Osleidis Menéndez, quien fue séptima. Todavía no había llegado el momento de la matancera, porque ella necesitaba madurar un poco más. Cuando lo hizo, ya sabemos lo que ocurrió: dos títulos mundiales y un récord universal.
En el Mundial de Atenas el atletismo cubano llegó a su punto más alto. Detrás quedó la decepción de la Olimpiada de Atlanta, cuando solo se lograron dos preseas. El futuro parecía promisorio; pero la vida demostró que, aunque en otros dos Mundiales la delegación nacional obtuvo también seis medallas, nunca más volvió a repetirse lo alcanzado en Atenas.