La primera versión del Mundial de atletismo se realizó en 1983, en Helsinki, Finlandia; aunque la idea de reunir durante una semana a los mejores atletas ya existía mucho antes de esa fecha. A partir de 1913 la Asociación internacional de Federaciones (IAAF) decidió que los Juegos Olímpicos serían considerados como los Mundiales; así que durante algunas décadas los campeones olímpicos también eran los titulares universales. No obstante, esta dualidad de premios no convencía a varios miembros de la IAAF que deseaban tener un campeonato aparte de las citas estivales.
Dos ciudades presentaron planes para acoger a la versión inaugural: Stuttgart, en la entonces Alemania Federal y Helsinki. La propuesta finlandesa era más atractiva y en el mismo estadio donde se efectuaron los Juegos Olímpicos de 1952, más de 1300 atletas, provenientes de 154 naciones, lucharon por alcanzar las medallas en el primer Mundial.
La gran estrella de la cita inaugural fue el norteamericano Carl Lewis. El “hijo del viento”, como apodaban al genial atleta, ganó tres títulos y no tuvo rivales en los 100 metros planos, el salto de longitud y participó en el relevo estadounidense de 4 x 100 metros.
Cuatro años más tarde, en 1987, Roma acogió al segundo Mundial y aquí nuevamente Lewis fue la sensación, porque logró otras tres medallas de oro, en las mismas disciplinas en que había brillado en Helsinki. Este campeonato también se recuerda por el espectacular salto alto de la búlgara Stefka Kostadinova quien se elevó sobre los 2 metros y 9 centímetros. Muchas lo han intentado; pero ninguna saltadora ha podido superar a Kostadinova.
En 1991 el Mundial abandonó el territorio europeo y llegó hasta Tokio. Todas las miradas estaban puestas nuevamente en Lewis y el norteamericano no decepcionó al triunfar, por tercera ocasión consecutiva, en los 100 metros. No obstante, lo más llamativo ocurrió en el tanque de saltos, donde Lewis intentó reafirmar su condición de titular universal.
El récord mundial en esta especialidad lo había impuesto Bob Beamon, con 8 metros y 90 centímetros, en la Olimpiada de México, en 1968. Lewis levantó de los asientos a los fanáticos cuando clavó sus pinchos a 8 metros y 91 centímetros. Esa distancia parecía insuperable; sin embargo, su coterráneo Mike Powell no lo creyó así y alcanzó los 8 metros y 95 centímetros, un récord que lleva ya 20 años en el libro de marcas.
En 1993 Stuttgart recibió la sede del evento. Esta edición marcó un cambio importante porque la idea, en un inicio, era mantener el campeonato con frecuencia cuatrienal, al igual que las Olimpiadas y las Copas de fútbol; pero desde 1993 la IAAF decidió que era mejor—desde el punto de vista económico— organizar su torneo más importante cada dos años.
Dos años después, en 1995, Gotemburgo organizó al quinto Mundial que tuvo en el británico Jonathan Edwards a su principal estrella. Él tenía 29 años en ese momento y se convirtió en el primer atleta en superar la barrera de los 18 metros en el triple salto. Maravilló al mundo con los 18 metros y 16 centímetros y luego llegó hasta los inalcanzables 18 metros y 29 centímetros, un récord mundial que también parece insuperable.
Un genial atleta que acaparó titulares mediáticos en la urbe sueca fue el norteamericano Michael Johnson. “El Pato”, como le decían por su peculiar forma de correr, obtuvo tres coronas, en 200, 400 metros y en el relevo de 4 x 400. En sus cuatro presencias en Mundiales, el “Pato” Johnson conquistó nueve medallas de oro.
A partir del Mundial de 1997, celebrado en Atenas, comenzó el dominio en la velocidad de una de las mayores tramposas en la historia del atletismo. La estadounidense Marion Jones no tenía rivales en los 100 metros; pero casi una década después quedó demostrado que ninguno de sus éxitos fue legítimo, porque Marion corrió, todo el tiempo, dopada.
El Mundial de 1997 también vio coronarse a brillantes veteranos. De seguro nadie se sorprendió cuando el pertiguista Sergey Bubka subió por sexta ocasión consecutiva a lo más alto del podio. Quizás lo más curioso de ese esperado triunfo haya sido que Bubka se elevó sobre los 6 metros y 1 centímetro y esta fue la máxima altura alcanzada por el ucraniano en sus seis victorias mundialistas. Bubka nunca más participó en un Mundial; aunque tiene garantizado un lugar entre los más destacados de todos los tiempos.
Otro extraordinario atleta que continuó con su cadena de triunfos en línea fue el discóbolo alemán Lars Riedel. Este fornido hombre ganó las ediciones de 1991, 93, 95 y en la cita ateniense derrotó a su más peligroso rival, el lituano Virgilius Alekna, para así conquistar su cuarta corona. La racha se rompió en 1999 cuando el norteamericano Anthony Washington sorprendió; pero en 2001 Riedel se despidió de los Mundiales con su quinto título, una cantidad que lo coloca en el sexto puesto entre los máximos ganadores de medallas en los Mundiales.
Tampoco puede quedar fuera del recuento mundialista una mujer perseverante: la jamaicana Merlene Ottey. Ella, con solo 23 años, logró su primera presea en Helsinki, al quedar segunda en los 200 metros planos, por detrás del fenómeno que fue la alemana Marita Koch. Su primer título llegó en esa misma distancia, en 1993 y luego repitió el éxito en 1995.
Ottey tenía 37 años en el Mundial de Atenas. Con esa edad las velocistas tienen escasísimas posibilidades de acercarse a los mejores tiempos; pero su perseverancia pudo más. En la capital griega Ottey se despidió del podio mundialista, al concluir tercera en la final de los 200 metros planos. Esta fue su decimocuarta presea y con esa cifra lidera ampliamente a las principales ganadoras de medallas en Mundiales, por delante de la norteamericana Jearl Miles Clark quien finalizó con 9.