¿Crisis? La FIFA no está en una crisis, aseguró en una conferencia de prensa el suizo Joseph Blatter; pero después tuvo que admitir lo que era evidente para todo el mundo: la organización que dirige al fútbol atraviesa por un serio problema de credibilidad que, en lugar de disminuir, aumentó con la elección de Blatter para un nuevo período de cuatro años al frente del mayor imperio deportivo que existe en el planeta.
Analicemos el contexto que rodeó a la elección de Blatter, en el 61 Congreso de la FIFA, realizado en Zúrich. En diciembre de 2010 por primera vez en la historia el Comité ejecutivo de la entidad, compuesto por 24 personas, eligió, en un mismo día, a las sedes de las Copas Mundiales de fútbol de 2018 y 2022. Para sorpresa de no pocos Rusia y Catar ganaron la votación; pero esos triunfos estuvieron rodeados de muchas dudas.
Estas dudas aumentaron después que dos miembros del Comité, el tahitiano Reynald Temarii y el nigeriano Amos Adamu, fueron suspendidos por sospechas de una supuesta venta de sus votos a Catar, una nación que invirtió varios millones de dólares en la candidatura. Al conocer esa situación, no pocos directivos –probablemente guiados por sus propios intereses, más que por “la limpieza del fútbol” – pidieron una segunda votación; sin embargo, Blatter insistió en la legalidad del proceso.
Pasó el tiempo y Blatter, de 71 años, aseguró que se presentaría a las elecciones de la FIFA. El suizo tenía a su favor el crecimiento de las finanzas. En la última década los ingresos de la organización que él dirige ascendieron a casi 10 mil millones de dólares y durante su mandato las entradas económicas aumentaron en un 50%, con relación al período en que el brasileño Joao Havelange ocupó la presidencia.
Blatter era el principal favorito en las elecciones; aunque el catarí Mohamed Bin Hammam, presidente de la Confederación asiática, también tenía algunas posibilidades. En el Congreso de la FIFA se decidiría quién lideraría a la entidad en los siguientes cuatro años; pero esa votación nunca tuvo lugar.
Unos días antes de elección estalló un enorme escándalo, quizás el más grave de toda la historia de la FIFA. En un encuentro de la Unión caribeña de fútbol, realizado entre el 10 y el 11 de mayo, supuestamente Bin Hammam y Jack Warner, quien es el titular de la CONCACAF, ofrecieron a diversas federaciones de la región 40 mil dólares a cambio de su voto en el Congreso.
La acusación era muy seria y provenía nada menos que del secretario ejecutivo de la CONCACAF, el norteamericano Chuck Blazer. La Comisión ética de la FIFA optó por suspender, de forma temporal, mientras se terminaba la investigación, a Bin Hammam y Warner. De esta manera, el catarí no pudo presentarse a las elecciones. Esa misma comisión, elegida por…Blatter, determinó que el presidente no tenía ninguna implicación ni conocimiento previo del caso, así que le permitió mantener su candidatura.
¿Qué hubiera sido lo más lógico? Pues postergar la elección, hasta que se aclarara qué había sucedido exactamente en el encuentro de la Unión caribeña; sin embargo, Blatter tenía otros planes y presionó para que no se moviera la fecha de las elecciones. Un movimiento muy inteligente, pero que resta credibilidad a su nueva gestión al mando de la FIFA.
Las preocupaciones por la corrupción en la cúpula de la FIFA no tardaron en aparecer. Varios de los principales patrocinadores de la organización, como Coca Cola, Visa y Adidas pidieron mayor transparencia; aunque reafirmaron que no abandonarían –por supuesto, son demasiados millones de dólares en juego- su relación comercial con la FIFA; mientras, desde el Comité olímpico internacional, su presidente Jacques Rogge incluso comparó esta situación con los demostrados sobornos que rodearon la elección de Salt Lake City como sede de los Juegos de invierno, en 2002.
Rogge recomendó a la FIFA que siguiera el ejemplo del COI e implementara reformas profundas en la organización; pero Blatter, de forma indirecta, aclaró que las investigaciones serían conducidas por comisiones internas, para así evitar “miradas desde el exterior”. Esta fue otra decisión muy conveniente del suizo.
Entonces llegamos al Congreso, en el que, como se esperaba, Blatter fue ratificado como presidente. Tal vez muchos lo pensaran, pero solo el titular de la Asociación inglesa de fútbol, David Bernstein, tuvo el valor de decir, ante el plenario, que era imprescindible postergar la elección, “por el bien de la FIFA y del propio Blatter”. No hubo seguidores de esa idea y el suizo subió al estrado para presentar algunas de las medidas que tomaría para mejorar la imagen de la organización.
La más comentada de las propuestas de Blatter fue la de modificar el sistema de selección de las sedes mundialistas. En lugar del Comité ejecutivo será el Congreso, conformado por 208 asociaciones nacionales, el que elegirá al país organizador de la Copa. Para muchos esta es la dirección correcta; pero persiste la pregunta, ¿por qué esperar hasta ahora? El nuevo mecanismo solo funcionará en la Copa de 2026.
Otra propuesta de Blatter quizás tenga un efecto más inmediato. Durante mucho tiempo la Comisión ética la nombraba el presidente y esto provocó múltiples críticas sobre la imparcialidad que debe regir el funcionamiento de esa entidad. El suizo aseguró que será el pleno del Congreso el que elija a los miembros de la Comisión.
Además, Blatter también explicó que uno de los principales objetivos de su período presidencial sería enfrentarse a los partidos amañados y para eso resultaba fundamental el acuerdo firmado por la FIFA con Interpol.
Las medidas son muy positivas; aunque los críticos de Blatter señalan –con razón- que tardaron demasiado en adoptarse y que parecen respuestas a un proceso electoral más que una estrategia bien elaborada para combatir, seriamente, a la corrupción. Mientras, la situación interna de CONCACAF continúa siendo muy compleja y Bin Hammam y Warner insisten en una conspiración en su contra. Todo esto nos llevaría a pensar que la crisis de la FIFA podría tardar un largo tiempo en resolverse y la credibilidad de los directivos – si es que quedara alguna- tal vez nunca vuelva a recuperarse.