Algo raro ocurriría con el Gran Maestro francés Sebastien Feller. Sus partidas en la Olimpiada, celebrada en Khanty-Mansiysk, en septiembre de 2010, fueron casi perfectas y esta brillante actuación le permitió obtener la medalla de oro, como quinto tablero. Recibió un premio de cinco mil euros y de seguro marchó feliz a casa; pero una investigación demostró que, en realidad, el jugador había utilizado ayuda electrónica, desde el exterior, por lo que se le prohibió la práctica del ajedrez en los próximos años.
Nunca antes un Gran Maestro vivió la humillación de ser encontrado culpable por cometer fraude electrónico en una partida, así que el escándalo por las trampas comprobadas ha sido enorme. Más allá del castigo contra Feller y otros implicados, este caso ha levantado no pocas sospechas sobre una posible ampliación en el uso del doping electrónico, uno de los múltiples problemas que enfrenta la Federación internacional (FIDE, por sus siglas en francés).
Mientras atletas, directivos, especialistas y fanáticos de la gran mayoría de los deportes están alarmados por el empleo de sustancias prohibidas que ayudan a mejorar los resultados, las preocupaciones de la FIDE se centran en cómo detener los intentos de mediocres y oportunistas jugadores quienes se aprovechan de los avances tecnológicos para lograr sobre un tablero lo que no son capaces de crear con su pensamiento.
Feller tenía 19 años cuando integró el equipo francés a la Olimpiada. Era el más inexperto de los cinco jugadores; pero ya mostraba un excelente coeficiente ELO de 2649 puntos. En Khanty-Mansyisk sus partidas llamaron la atención de los analistas, especialmente en la que venció al inglés Howell, por el derroche de creatividad que tuvo el joven. Quizás hubo algunas dudas sobre la exactitud de su desempeño; sin embargo, nadie dijo nada, en ese momento.
La polémica estalló cuando la vicepresidenta de la Federación francesa, Joanna Pomian, descubrió que, en Francia, el jugador Cyril Marzolo había recibido un mensaje de texto (SMS), procedente del capitán galo en la Olimpiada, Arnaud Hauchard. En breves caracteres Hauchard exigía el envío urgente de las jugadas. Feller estaba frente al tablero en ese momento y necesitaba “ayuda”.
Pomian alertó a sus colegas de la Federación y así comenzó la investigación que tardó casi medio año en ofrecer su veredicto final. La descripción de cómo se cometió el fraude podría funcionar perfectamente para un guión de cine, porque cuenta con elementos que mantendrían la atención de las personas: misterio, tensión, mensajes encriptados, codicia y un final “feliz”.
Marzolo tenía dificultades económicas y tal vez a partir de esa necesidad monetaria vino la unión con Hauchard y Feller. Cada vez que comenzaba la ronda de juego, Hauchard aprovechaba su condición de capitán para entrar y salir de la zona donde se enfrentaban los equipos. En sus manos llevaba dos teléfonos celulares, en los que recibía los SMS de Marzolo quien seguía con mucha atención las partidas online desde Francia y consultaba con un potente software las mejores posibilidades para Feller.
Después que el programa devolvía la respuesta más apropiada, entonces Marzolo enviaba el mensaje, encriptado—ideal para el guión de cine—en el que los dos primeros dígitos, 06, eran siempre los mismos y a continuación aparecía la casilla donde se encontraba la pieza y la casilla hacia donde debía dirigirse. Los últimos números tampoco importaban porque ya Hauchard había identificado el movimiento y se encargaba de transmitírselo, de diversas maneras, a Feller.
Así sucedió ronda tras ronda, en la Olimpiada. Feller totalizó seis puntos de nueve posibles y conquistó la medalla de oro como quinto tablero. A nadie le pareció extraño que Hauchard consultara constantemente sus móviles, ni tampoco sus permanentes entradas y salidas al salón; tampoco llamó la atención la exactitud de las jugadas de Feller. Para muchos era solo un joven que había elevado su nivel con mucha rapidez y que en Khanty-Mansiysk estaba desarrollando el torneo de su vida.
La mentira tardó en descubrirse; pero finalmente se comprobaron los casi doscientos SMS intercambiados por Marzolo y Hauchard, durante los días en que Feller tenía una partida programada en la Olimpiada. El caso de fraude llegó a los tribunales y los abogados defensores de los implicados utilizaron argucias técnicas para invalidar la utilización de los mensajes como evidencias contra sus clientes, porque “se estaba violando el secreto de la correspondencia”.
Los abogados también incluyeron en la débil defensa que la Federación francesa no tenía jurisdicción sobre sus propios jugadores…porque el torneo se había efectuado en Rusia. Los directivos no tomaron en cuenta ninguno de estos supuestos argumentos y la Federación gala dictó fuertes sentencias sobre los tres hombres. Por ejemplo, a Marzolo se le prohibió jugar durante cinco años; mientras Feller recibió una suspensión por tres y luego tendrá que cumplir dos más, en trabajo comunitario. Hauchard no podrá formar parte nunca más de un equipo nacional de ajedrez.
El escándalo de Feller tuvo una amplia repercusión. En el campeonato europeo de Aix-les-Bains, en Francia, un grupo de jugadores dio a conocer una carta abierta en la que exigían medidas para evitar el fraude. Entre las propuestas estuvieron: los árbitros se reservarían el derecho a controlar los bolsillos de cualquier jugador, en el caso de que haya sospechas de trampa; ningún tipo de aparato electrónico estará permitido en la sala de juego, aunque permanezcan apagados y los tableros electrónicos podrían ser desconectados si alguno de los ajedrecistas lo exigiera.
Las medidas parecen razonables y aunque varios especialistas han alzado su voz para frenar lo que consideran “preocupaciones desmedidas por las nuevas tecnologías”, tal vez la FIDE—que desea evitar a toda costa nuevas polémicas que dañen su ya complicada credibilidad—las ponga en práctica en el menor plazo posible. Esa sería una solución inteligente.
Vea además: Cobertura completa de ChessBase al escándalo de fraude electrónico
Publicado en Cubasí