Quizás ningún otro escritor haya sido más amante de las corridas de toros que Ernest Hemingway. A este “arte” le dedicó artículos periodísticos y un libro, no tan exitoso, “Muerte en la tarde”; sin embargo, en la obra del norteamericano aparece un sentimiento ambiguo hacia la tauromaquia, similar al que puede apreciarse hoy en algunas de las reacciones ante la decisión del parlamento de Cataluña de prohibir las corridas a partir de 2012.
Hemingway asistió por primera vez a una corrida en 1923. En aquel entonces tenía 24 años y escribía crónicas para el diario canadiense Toronto Star Weekly. Uno de sus artículos el joven periodista lo tituló “La corrida de toros es una tragedia” y en él relató sus impresiones de la visita a una plaza madrileña.
“Tampoco voy a hacer una apología de la fiesta de toros”, escribió Hemingway en la crónica, “es una supervivencia de la época del Circo romano, pero es necesario explicar una cuestión: la tauromaquia no es un deporte—nunca lo fue—, sino una tragedia; la gran tragedia de la muerte del toro que se representa en tres actos”, concluyó el autor, quien confesó en una ocasión haber presenciado la muerte de, al menos, 1500 toros en las plazas.
Algún tiempo después, Hemingway asistió a las fiestas anuales de Pamplona y allí se animó a correr delante de los toros e incluso recibió la cornada de uno. Su siguiente artículo en el periódico se adentró en las interioridades de las famosas festividades que cada año continúan convocando a miles de personas a esa ciudad de Navarra y aunque realizó un amplio recuento de su recorrido por la ciudad, acompañado por su primera esposa, no quiso incluir los detalles de su desafortunado encuentro con el animal que sí llegó a los titulares del diario para el que trabajaba.
Su afición por las corridas indudablemente aumentó con el tiempo. Una década más tarde recogió en el libro “Muerte en la tarde” una extensa serie de artículos dedicados a lo que llamó “un arte decadente en todos los sentidos que, si fuera permanente, pudiera ser una de las artes mayores.”
Las visitas de Hemingway a las plazas continuaron. Así lo atestiguan múltiples fotos y mucho se ha escrito sobre la relación que sostuvo el Premio Nobel de literatura con los “matadores” Cayetano Ordoñez, Cagancho y luego con Antonio, el hijo de Cayetano. No pocos han intentado presentar a Hemingway como un gran defensor de las corridas; otros sostienen una posición tal vez más cercana a la realidad y aclaran que, a pesar de que hubo una identificación del norteamericano con este “arte”, su admiración no estuvo exenta de fuertes críticas.
Casi cinco décadas después de que Hemingway se suicidara, su nombre ha sido citado varias veces por aquellos que atacan la decisión del parlamento de Cataluña de prohibir las corridas en esa región autónoma, a partir de 2012.
Los taurinos colocaron su nombre en una lista de famosas personalidades de la cultura que mostraron inclinación alguna vez hacia las corridas de toros, entre los que están Francisco Goya, Pablo Picasso o Federico García Lorca; pero parece que optaron por omitir la parte de las obras de Hemingway en las que mostró, abiertamente, sus reticencias hacia la tauromaquia.
La prohibición catalana ha causado una gran controversia, no solo en España. Los defensores de los animales han aplaudido con las dos manos el veto y piden extenderlo a varias naciones latinoamericanas donde se realizan habitualmente corridas como México, Perú y Colombia; pero otros consideran que las corridas forman parte de su “identidad cultural” y han intentado presentar el decreto catalán como una demostración más del “sentimiento antiespañol” que supuestamente impera en Cataluña.
El principal partido opositor español, el Popular (PP), llevará al Congreso de ese país una propuesta que busca proteger por ley el interés cultural y turístico de las corridas de toros, tanto en territorio nacional como en el extranjero; aunque esa idea quedaría bloqueada por el gobernante Partido socialista obrero (PSOE) que no la aceptará por no ser una “política de Estado”.
En realidad, sería ingenuo pensar que detrás de la posición del parlamento catalán y del PP está solo el interés por el “bienestar de los toros” o del “mantenimiento de una tradición centenaria”, pues nadie ignora cuántos problemas internos existen en España alrededor del tema de la integridad nacional.
Los extremos siempre son dañinos y es muy difícil olvidar las polémicas que se vivieron en determinados sectores catalanes cuando el flamante fichaje del club de fútbol Barcelona, David Villa, festejó su primer gol en Sudáfrica de una manera similar a como lo hacen habitualmente los toreros cuando vencen a su “rival”. El jugador recibió fortísimas críticas de la prensa catalana. Casi lo crucifican porque mostraba su apoyo a los seguidores de la tauromaquia. El Guaje no hizo oídos sordos y celebró sus cuatro anotaciones restantes de una manera diferente. Pudiera decirse que entendió el mensaje: si juegas para uno de los principales orgullos de Cataluña y recibes millones de euros, no puedes permitirte una “provocación” de este tipo.
Mientras el veto catalán continúa ocupando espacios en las agendas mediáticas y las acusaciones de ambas partes no cesan, el banderillero Luis Mariscal se debate entre la vida y la muerte en la sala de un hospital español. Allí llegó después de recibir una cornada que le afectó la vena y la arteria femorales. Fue un día de mala suerte para Mariscal; aunque en la arena de la Maestranza de Sevilla—una de las plazas más célebres y que acoge a una mayor cantidad de público—quedaron cuatro toros banderilleados. Por supuesto, ellos no fueron noticia, pues sencillamente habían perdido la lucha del hombre contra la bestia, como la denominó Hemingway.
Publicado en Cubasí