La historia de las Series Mundiales amateur celebradas en Cuba entre 1939 y 1943 está llena de anécdotas curiosas, protagonizadas por personajes pintorescos. Quizás el hecho más recordado sea la impresionante victoria obtenida en 1941 por Venezuela sobre los locales, gracias a una excelente actuación del lanzador Daniel “el Chino” Canónico.
Ese partido quedó en la memoria como “la tarde fatídica del estadio La Tropical”, pues para los fanáticos cubanos una nueva derrota de su equipo era impensable; sin embargo, Canónico fue mejor que Conrado Marrero.
Después de ese amargo revés es fácil comprender la gran expectación que despertó en toda la Isla la Serie de 1942 porque en las filas venezolanas volvió a estar incluido Canónico. La revancha era más que esperada y esta llegó de la mejor forma, pues los cubanos vencieron al Chino cómodamente por 8 carreras a 0 y se colocaron muy cerca de recuperar el título mundial.
Pero antes de poder levantar la Copa hizo falta un poco de ayuda, pues República Dominicana había vencido a la selección nacional y se enfrentaba a Estados Unidos, un país que se encontraba inmerso en la segunda Guerra mundial, por lo que envió a La Habana a una selección muy débil; sin embargo, los estadounidenses presentaron a un buen lanzador, Leonard Mayo quien contuvo a la ofensiva quisqueyana.
Pasaban los innings y no aparecían los esperados batazos dominicanos. Esto lógicamente impacientó al director Burrolote Rodríguez, considerado una de las personalidades que más influyó en el desarrollo del béisbol en esa nación caribeña.
Los fanáticos cubanos apoyaban fervientemente, como era lógico, a los norteamericanos, pues una derrota dominicana favorecía a los locales. Entre las miles de personas que asistieron a La Tropical— el estadio inaugurado en 1930 y que sirvió como sede principal de la segunda versión de los Juegos Centroamericanos y del Caribe—había algunos bromistas que la emprendieron con Burrolote.
El manager visitante era muy alto, pero con varias libras de más y desde las gradas llegaban constantes gritos que intentaban desestabilizar al extrovertido hombre mediante juegos con su nombre: Burro-lote, Burro-lote. Aquello parece que molestó al quisqueyano y mientras más encolerizado lucía Burrolote, más disfrutaban los fanáticos.
La derrota dominicana despejaba el camino cubano. Burrolote lo sabía y desde su puesto de coach de tercera intentaba alentar a sus jugadores a ver si despertaban del letargo; pero nada sucedía; aunque luego sí hubo acción, aunque de seguro no la que esperaba Burrolote.
Ya en los finales del desafío una pelota cayó dentro del banco norteamericano y desde allí alguien la lanzó de vuelta al terreno. Quiso la suerte—¿o fue intencional?—que la bola golpeara en la espalda al malhumorado Burrolote.
El hombre no pudo ver desde dónde vino el “disparo”, así que asumió que era otra broma de los fanáticos. Tomó un bate, lo hizo girar sobre su cabeza y lo envió con todas sus fuerzas hacia las gradas.
Aquello despertó la ira del público que comenzó a lanzar botellas contra los dominicanos y los más intrépidos saltaron las cercas e intentaron llegar hasta donde estaba el colérico Burrolote. Por suerte para él—y para el espectáculo—los policías, soldados y hasta los jugadores cubanos se interpusieron entre la turba y el director para evitar males mayores.
Después de varios de minutos de enfrentamiento se restableció la calma en La Tropical. El altercado concluyó con varios heridos por las botellas y otros objetos que cayeron en el césped o sobre las personas.
Finalmente República Dominicana perdió el partido ante los norteamericanos y Cuba, liderada por los tres triunfos alcanzados por Isidoro León y Julio “Jiquí” Moreno reconquistó la corona.
Dos años más tarde, en Caracas, durante la séptima edición de la Serie y primera que se efectuaba fuera de La Habana, nuevamente Burrolote Rodríguez y Cuba volvieron a verse involucrados en extraños sucesos, aunque ahora no de forma directa.
En el desafío entre dominicanos y venezolanos ocurrió algo muy pocas veces visto. Los dominicanos que eran home club tenían ventaja en el marcador, pero en la parte alta del noveno capítulo los locales marcaron en varias ocasiones y tomaron la delantera. Antes de que comenzaran a batear los quisqueyanos en el final de ese inning, el árbitro venezolano decidió suspender el partido por oscuridad. En aquellos tiempos las reglas eran diferentes, así que como no se completó la entrada, las anotaciones venezolanas quedaron anuladas por lo que de esta rarísima manera, República Dominicana ganó el partido.
La ira de los venezolanos fue tan grande que el árbitro no trabajó más en el evento y al día siguiente, frente a Cuba, los locales trataron de que no se repitiera otra injusticia…en su contra. Para evitarlo colocaron a su coach de tercera base como árbitro principal.
Como era de esperarse, la parcialidad salió a relucir. Los cubanos estaban al bate y colocaron a un corredor en la primera almohadilla. Entonces el siguiente hombre conectó un roletazo. El jugador la aceptó; sin embargo, tiró mal al lanzador que había ido a cubrir la primera base.
La pelota rodó hasta la zona de foul y allí la capturó un fotógrafo que se la devolvió a un defensor quien tiró a tercera, con tiempo suficiente para sacar al corredor que se dirigía hacia allí. Ante la incredulidad de todo el banco cubano, el árbitro decretó out. Las protestas fueron inmediatas y en ese momento el improvisado juez, sin pensarlo dos veces, pronunció una frase que, sin dudas, pasará a la historia de la pelota: “ustedes no entienden que el fotógrafo también es hombre de béisbol”. ¡Increíble!
Cuba se retiró de la Serie, México lo hizo poco después por causas similares; no obstante, los venezolanos decidieron proclamarse “campeones del mundo”.
Publicado en Habana Radio