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Cupido en el deporte

La boda entre Olga y Harold
La boda entre Olga y Harold

Se aproxima el Día de San Valentín y por eso me parece interesante compartir una de las historias de amor más celebres entre dos deportistas: Harold Conolly y Olga Fikotova. Él estadounidense y ella checoslovaca, en pleno apogeo de la Guerra Fría, defendieron su relación por encima de la incomprensión de muchos y de las barreras políticas. Esto hizo que sus nombres pasaran a la posteridad por encima de las medallas de oro obtenidas en la Olimpiada de Melbourne, en 1956.

El norteamericano Harold Conolly y la checa Olga Fikotova se conocieron en la villa olímpica de Melbourne, en diciembre de 1956, poco antes de que ambos entraran en acción en el torneo de atletismo de la cita estival. El flechazo, según reconocieron los dos, fue inmediato; sin embargo, su relación tuvo que mantenerse en secreto durante un tiempo.
La primera en competir en la ciudad australiana fue Olga. De joven prefería el baloncesto e incluso formó parte de la selección nacional checoslovaca; pero luego decidió convertirse en lanzadora de disco. Olga no era favorita en Melbourne, pues las soviéticas Beglyakova, Nina Ponomaryeva y Albina Yelkina tenían un mejor físico. A diferencia de ellas, Olga no era tan corpulenta; además, contaba con menos experiencia ya que apenas tenía 24 años; aunque su alta figura sobresalía por encima del resto de las competidoras.

Beglyakova tomó la delantera y la tensión creció en el estadio cuando Olga, en su último envío, lanzó el disco hasta los 53,69 metros y con esa impresionante marca dejó atrás a todas las rivales. Ninguna pudo superarla y Olga se proclamó campeona olímpica.

Un día después llegó el turno de su novio, Harold, quien tenía 25 años y era el dueño del récord mundial del martillo. El norteamericano estaba en su mejor forma física en Melbourne y todos lo consideraban el favorito al título olímpico. Harold tenía un defecto físico desde la infancia debido a una enfermedad que le había dejado el brazo izquierdo siete centímetros más corto que el derecho; sin embargo, este defecto no importaba para su especialidad

Al igual que ocurrió con Olga, Harold llegó al último lanzamiento detrás del fornido soviético Krivonosov y a la hora de la verdad sacó todas sus fuerzas y con un envío de 63,19 metros escaló hasta la primera posición. Él también era campeón olímpico y, además de la forma espectacular en que alcanzó el oro, no se le puede negar a Harold su ingeniosidad porque para mejorar la movilidad en el círculo de lanzamiento, el estadounidense utilizó nada menos que zapatillas de ballet.

Muchos pensaron que el romance entre los dos monarcas concluiría después de la Olimpiada. Todo parecía ir en su contra. En 1956 la Guerra Fría se encontraba en su apogeo y existían políticas muy férreas de ambos lados para prohibir los contactos entre las personas.

La propaganda anticomunista rodeó a Harold; mientras Olga tampoco lo tuvo fácil en el regreso a su tierra natal. Las críticas arreciaron y el componente político parecía envolver a la relación; no obstante, ambos decidieron seguir adelante y en 1957 Harold logró que lo autorizaran a viajar hasta Praga. Allí se reencontró con Olga, después de dos meses de separación, y decidieron casarse.

Esta decisión trajo muchísimos problemas a la pareja. Harold tuvo que pedir, incluso, una audiencia con el presidente checoslovaco quien dio su consentimiento, por lo que Olga recibió un pasaporte y afortunadamente la política no se interpuso más. El matrimonio en Praga terminó con una enorme fiesta en la que participaron más de 30 mil personas. Los padrinos de la boda fueron dos grandes deportistas checos: la llamada Locomotora de Praga, Emil Zatopek, y la jabalinista Dana Ingrova.

Olga recibió el permiso de las autoridades checas y junto a su esposo se radicó en California. Todo parecía arreglado para los jóvenes esposos. Sus días de temor habían quedado atrás; sin embargo, su historia lamentablemente no tendría un final feliz.

En su nuevo hogar de California, Olga comenzó a trabajar como profesora de educación física, y Harold continuó ejerciendo la docencia en una escuela primaria. Ambos se mantuvieron entrenando y Olga recibió la nacionalidad norteamericana.

Bajo esa bandera, la célebre pareja intervino en los Juegos de Roma, Tokio y México; aunque nunca pudieron repetir los momentos de gloria vividos en Melbourne. En la cita de Munich, en 1972, Olga fue la abanderada de Estados Unidos en el desfile inaugural, a pesar de haber mostrado abiertamente su oposición a la Guerra de Vietnam. Olga siguió brillando y conquistó cinco títulos nacionales norteamericanos e implantó cuatro récords nacionales; pero la relación entre Harold Conolly y Olga Fikotova cambiaría apenas un año después de Munich.

El matrimonio tuvo cuatro hijos; sin embargo, en 1973 se divorciaron y esto conmocionó al mundo que había seguido de cerca el inicio del romance diecisiete años atrás y las vicisitudes vividas para poder llevarlo adelante.

El final de Harold y Olga fue triste, pero la manera en que ambos defendieron su derecho a quererse por encima de las distancias e intereses políticos que separaron al mundo durante décadas promete ser siempre recordado.

Por supuesto que esa no es la única historia de amor entre dos deportistas famosos. Los ejemplos abundan, y uno muy cercano al de Olga y Harold fue la relación entre sus padrinos de bodas: el corredor Emil Zatopek y la jabalinista Dana Ingrova.

En los Juegos de Helsinki, en 1952, Emil y Dana ya estaban casados y después del triunfo de Emil en los 5 mil metros, Dana tomó la medalla de oro de su esposo y la colocó en su bolso. “Me traerá suerte”, le dijo ella y realmente la checa tuvo suerte porque en su primer lanzamiento envió la jabalina hasta los 50,47 metros, un nuevo récord olímpico.

Emil Zatopek ha sido uno de los más grandes corredores de fondo de todos los tiempos y en sus dos participaciones en citas estivales obtuvo cuatro títulos y una medalla de plata; además, en su larga carrera impuso 18 marcas mundiales en diferentes distancias. Y aunque la vida de Zatopek no fue nada fácil después de 1968, él y Dana se mantuvieron unidos hasta la muerte de la Locomotora de Praga, como le decían a Zatopek, en el año 2000.

1 comentario

  • María del Carmen Ramón

    Muy interesante y a tiempo. Lástima estos deportistas flechados no hayan sabido defender su amor hasta las últimas consecuencias, aunque lo hicieron durante los momentos más difíciles. Pero eso a veces ocurre,eh? de hecho, es muy común. El problema también es que siempre se difruta defender aquello que parece imposible. Ojalá los seres humanos pudieramos aprender a conservar las cosas que valen la pena. Aunque talvéz ya lo de ellos había perdido sentido.

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