Él lo sabía, nosotros lo sabíamos, ellos— los directivos— también lo sabían, por lo que las declaraciones del ex-pelotero Mark McGwire, en las que reconoció que durante años utilizó sustancias prohibidas, no sorprendieron a nadie; pero, sin dudas, fue muy llamativo que el octavo hombre en la lista histórica de jonroneros de las Grandes Ligas escogiera este momento para, finalmente, hablar de su pasado.
McGwire llegó a ser uno de los más grandes ídolos del béisbol estadounidense, durante la última década del siglo XX. Big Mac lo llamaban y su elevada estatura, abundante musculatura—ampliada por los esteroides— y enormes batazos lo convirtieron en una figura muy seguida.
Quizás el momento más recordado de la carrera de McGwire y que, de seguro, los dueños y ejecutivos de las Mayores siempre le agradecerán fue la reñida lucha por el liderato de cuadrangulares, en 1998, contra Sammy Sosa.
Después de la huelga de los jugadores, ocurrida en 1994, la credibilidad de la pelota había caído en uno de sus puntos más bajos de todos los tiempos; pero los largos y frecuentes jonrones de McGwire y Sosa y la posibilidad de que ambos rompieran la marca de Roger Maris, impuesta en 1961, atrajo nuevamente a los fanáticos. Los dos sobrepasaron a Maris, McGwire con 70 y Sosa quedó en 66. Apenas tres años después, otro gran mentiroso, Barry Bonds, disparó 73.
En apenas dos temporadas, McGwire acumuló 135 vuelacercas y a pesar de que no obtuvo ningún título importante con los Cardenales de San Luis, su reputación creció y muchas de las recopilaciones de las jugadas más espectaculares de las Mayores incluyen un batazo suyo que recorrió 538 pies por el jardín central, ante el zurdo Randy Johnson. McGwire sabía que estaba haciendo trampas; sin embargo, ¿tenía sentido reconocerlo? A fin de cuentas, muchos de sus compañeros también ingerían sustancias que, aunque no estaban oficialmente prohibidas, ayudaban a mejorar el rendimiento.
Tal vez lo más triste de toda esta situación sea que los esteroides coparon al béisbol ante la mirada cómplice de los directivos quienes veían cómo aumentaban los ceros a la derecha de sus cuentas bancarias. Ellos también sabían—o al menos se imaginaban—que algo andaba mal; pero, ¿para qué actuar contra el show de los cuadrangulares que incluyó, durante varias campañas, a peloteros con más de 50 jonrones?
Todo iba bien para McGwire, hasta que estalló el escándalo y su carrera terminó rápidamente en 2001. En total conectó 583 cuadrangulares y con esta cifra hubiera sido suficiente para que su nombre terminara junto al de tantas estrellas que están en el Salón de la Fama, ubicado en Cooperstown; sin embargo, desde que su nombre es elegible para ingresar—luego de cinco años retirado—McGwire apenas ha alcanzado un 25% de los votos de aquellos que seleccionan a los nuevos miembros del Salón.
Las razones para el rechazo tienen mucho que ver con las posiciones asumidas por McGwire. En marzo de 2005, ante una audiencia especial del Congreso norteamericano que lo citó para declarar sobre las acusaciones en su contra por el uso de esteroides, McGwire negó toda culpabilidad. Cuando otro tramposo—al parecer con necesidad de mejorar su estado financiero—José Canseco publicó en su polémico libro “Juiced” que él personalmente había inyectado a McGwire, este desmintió las palabras de su antiguo compañero de equipo.
Los que todavía dudaban de las mentiras de McGwire, nada mejor que un “mea culpa” del propio jugador quien una vez más llegó a los titulares con sus recientes declaraciones a la agencia de noticias Associated Press (AP). En la entrevista aclaró lo que ya sabíamos: entre 1989 y 1990 comenzó a utilizar esteroides, en momentos en que vestía el uniforme de los Oakland Athletics y ayudó a que esta selección ganara la Serie Mundial de 1989.
De acuerdo con sus palabras, luego hubo un “receso”; pero retornó a las sustancias prohibidas en 1993 y, aunque no lo dijo, no era necesario: continuó empleándolas hasta el fin de su carrera.
¿Qué motivó la súbita recuperación de la memoria de McGwire? ¿Arrepentimiento? No lo parece. La respuesta pudiera ser más sencilla: fue contratado como entrenador de bateo por los Cardenales y probablemente el hombre quiso un ambiente de trabajo más relajado antes de que comenzara el entrenamiento primaveral del equipo. Con sus palabras evitará las constantes preguntas de los periodistas. Si ya expresó lo que todos querían oír, pues no tendría sentido que regresaran las interrogantes más incómodas.
El manager de los Cardenales, Tony La Russa, el mismo que dirigió a los Athletics en 1989 y que estuvo en el banco mientras McGwire, ayudado por la hormona de crecimiento humano, disparaba cuadrangular tras cuadrangular en 1998, mantuvo su apoyo a Mark; aunque no le quedó otra alternativa que reconocer que el ex-jugador “había cometido algunos errores”. ¿También tendrá mala memoria este prestigioso director? ¿”Algunos errores”?
En sus declaraciones, McGwire, incluso, expresó que entendía los motivos por los cuales la familia de Roger Maris seguía insistiéndole a las Grandes Ligas para que reinscribiera el nombre de Maris en el libro de marcas de las Mayores. Esta reclamación tiene sentido, porque, ¿qué credibilidad tienen McGwire, Sosa o Bonds, los únicos en la historia que han conectado más de 61 cuadrangulares en un año? Ninguna.
Publicada en Cubasí