Amigos, recientemente el jurado del concurso nacional de periodismo deportivo “José González Barros” 2009, anunció a sus ganadores y, para alegría mía, al igual que sucedió en 2008, una crónica publicada por mí en la sección que escribo para el sitio de la emisora Habana Radio, obtuvo el primer premio. Aquí les coloco el texto premiado, “Los fantasmas del juez Landis”. Espero les parezca interesante esta aproximación a la vida de uno de los directivos más polémicos en la historia del deporte norteamericano, el juez Kenesaw Mountain Landis.
«Los fantasmas del juez Landis»
El juez Landis abrió los ojos y se encontró, como casi siempre, en su oficina. No tenía correspondencia sobre su buró. «Vaya, la cosa sigue tranquila», se dijo a sí mismo y buscó en su abrigo aquella pastilla que los doctores lo obligaban a tomar. «En estos días de finales de noviembre el frío me mata, estamos en 1944 y la guerra sigue sin terminar», pensó. Los problemas con las estrellas ausentes por causa de la Segunda Guerra Mundial, los bajos ingresos de las Mayores, los negros ansiosos por jugar junto a los blancos y todo el revuelo levantado por las mujeres en su Liga particular le habían quitado el sueño en los últimos meses, pero el juez Landis se sabía capaz de afrontar el nuevo temporal. Lentamente se reclinó en su asiento y en ese momento lo vio.
Lucía igual a como lo recordaba: vestido impecablemente de blanco y con su bastón en mano. «Sabía que estabas por aquí, digamos que de regreso y no quise perder la oportunidad», le dijo y el juez Landis, quizás por primera vez en varios años, tuvo miedo. «¿De regreso? ¿De qué hablas?», inquirió con tono autoritario. «No, no me preguntes, solo vine a verte por los viejos tiempos. ¿Te acuerdas?», le preguntó el enorme hombre con un evidente rencor en su tono de voz. Landis intentó incorporarse y apenas pudo decir «tú no puedes ser real»; sin embargo, la mano del gigante pareció muy real cuando cayó con fuerza sobre sus hombros y lo mantuvo en el asiento. Intercambiaron miradas.
Por la mente del juez pasaron rápidamente las escenas del juicio, de cómo se las arregló para encontrar culpable al hombre por el supuesto crimen de transportar mujeres de un estado a otro, de los arreglos posteriores para que vendiera su título en La Habana ante Jessie Willard porque sencillamente un negro no podía ser el campeón del mundo de los pesos pesados y, además, estar casado con una blanca. Eso nunca se lo iba a permitir él, el inflexible juez Landis, a aquel Jack Johnson. El hombre soltó la mano que aprisionaba al hombro del juez, miró una vez más al rostro de quien había sido el causante de su prohibición de por vida del boxeo norteamericano e hizo un último esfuerzo por mantenerse ecuánime. Dio media vuelta y salió de la habitación en silencio.
Desde su silla giratoria, Landis respiró profundo. Se frotó con fuerza los ojos para hacer desaparecer a la visión. Al abrirlos nuevamente, el susto fue grande. Como si quisieran recordarle, uno tras otro, los momentos más complicados de su vida, allí estaba él, con su viejo traje a rayas, y la inscripción de «Chicago White Sox», sobre el pecho. «¿Qué es esto?», se escandalizó el juez. «Si no se marcha, llamaré a seguridad», protestó. El hombre se quedó allí. Había tristeza en su mirada. «Sabía que éramos culpables, pero su decisión nos destrozó la vida», apenas murmuró y también dio la espalda. Landis se incorporó y a pesar de sus 78 años cumplidos tuvo la suficiente energía para ir tras él. «Por tu culpa y la de tus siete Medias Negras, casi perdemos al béisbol», le gritó, mientras su mente regresaba a 1921 cuando exigió ser el único Comisionado de las Grandes Ligas y puso en tres y dos a los dueños de los equipos y castigó con la prohibición de por vida a aquellos ocho hombres que vendieron su alma y la Serie Mundial de 1919. Él tenía la consciencia limpia, ellos se merecían todo el peso de la justicia y claro que bajo su mandato no jugarían más pelota, un deporte que detestaba, pero al mismo tiempo le producía una gran satisfacción contemplar el miedo que imponía su persona a los millonarios dueños de los equipos y la forma recurrente que tenía la prensa de apodarlo el tirano del béisbol. Él recibía con placer esos ataques, sencillamente porque estaba acostumbrado a ellos, desde la etapa en que se graduó de la escuela de leyes de Evanston y el presidente Theodore Roosvelt (¡bendito seas Teddy!) lo puso de fiscal en aquel distrito de Chicago y cómo se las ingenió para condenar por espionaje a aquellos malditos líderes de partidos socialistas.
Él era un hombre duro y Joe «sin zapatos» Jackson y sus siete Medias Negras lo sabían. El juez no pudo alcanzar al hombre porque este puedo atravesar la puerta, pero el esfuerzo le hizo perder el aliento. Se sostuvo del picaporte, tomó aire y entonces sintió su presencia. Desde su silla, un hombre vestido también con el uniforme de pelotero y con un bate en la mano, lo observaba fijamente. «Nunca nos conocimos frente a frente», le dijo.
Los ojos del juez amenazaban con salir de su órbita. Eran demasiadas sorpresas para una sola mañana. «Me contaban que parecías más fiero en persona que en las fotos», agregó y por sus labios del pelotero apareció un esbozo de sonrisa. El juez Landis perdió el control y comenzó a gritar «¿Quién diablos eres? ¿De dónde has venido? ¡Seguridad!». Desde la silla, el jugador se apoyó en el bate para ponerse de pie y con voz tranquila le replicó «¡Tranquilícese Kennesaw Mountain!» Aquel nombre, pronunciado con tal fuerza, tuvo el efecto de calmar al juez. Nadie se atrevía a llamarlo así, solo sus más allegados podían pronunciar las palabras que lo remontaban a su hogar sureño y a las historias de su padre quien peleó en los Ejércitos del Sur en la Guerra de Secesión y perdió una pierna en el lugar conocido como Kenesaw Mountain. Con el bate en la mano, el pelotero se acercó al juez y lentamente le espetó en el rostro: «por hombres como tú, miles de personas como yo estuvimos fuera del béisbol por décadas, Kenesaw, y sufrimos mucho. Mucho. «El tono de su voz se fue elevando y el juez quiso desaparecer en ese mismo momento.
El hombre prosiguió. «¿Sabes lo que se siente, Kenesaw, cuando el público te abuchea y te grita negro? ¿Tienes alguna idea de cómo nos sentimos al dormir en habitaciones separadas?», interrogó nuevamente el hombre. «Yo estoy seguro que no lo sabes y te diré que a pesar de las personas que, como tú, mantuvieron la línea de color ¿qué nombre más lindo para algo tan feo, verdad? Nosotros vencimos, Kenesaw, vencimos y hoy tenemos muchísimos récords en las Mayores, Kenesaw. Lástima que no hayas vivido para verlo». El juez Landis se había ido aproximando a la puerta. Buscaba escapar de la habitación, de aquellos hombres que no cesaban en su acoso y hablaban como si él representara el pasado. Él estaba vivo y todavía tenía poder para decidir por encima de todos ellos.
Una vez más quiso traspasar la puerta y llamar a los guardias y volver a la normalidad. El inesperado invitado lo interceptó. «¿Tú sabes de dónde vengo, Kenesaw?» No hubo respuesta. Solo un leve temblor. «Yo fui el primero, Kenesaw Mountain, y me llaman Jackie Robinson, recuerda por siempre ese nombre». El juez Landis se encogió de hombros. El jugador continuó, con una última sorpresa. «Dicen que tu vida pasa por delante de tus ojos, antes de morir, Kenesaw. Tu tiempo ya ha terminado, juez Landis», le dijo y apuntó con su dedo índice hacia una foto colgada en la pared de la oficina.
El juez miró hacia el lugar que le señalaba y con horror contempló la enorme foto. Su foto. Debajo una inscripción: Kennesaw Mountain Landis. Noviembre, 1866-Noviembre, 1944. Jackie Robinson se desvaneció. El juez Landis quedó finalmente solo y entonces comprendió. En la cama del hospital, donde permanecía desde hacía semanas, víctima de un cáncer terminal, los familiares apretaron por última vez la mano del juez.
Publicado en Habana Radio
Felicidades mil por el premio.
Daynet (contenta de tenerte en el equipo de Cubasí).
Gracias Daynet por tu mensaje y por el apoyo que siempre he encontrado en Cubasí. Para mí un gran placer enviar todos los lunes la Columna (y replicarla aquí!) , Saludos a todos
Esta misma noche echamos a rodar y nos gustaría contar contigo. Si te gusta el deporte y la música no te desagrada, éste también es tu blog. ¡Gracias!
http://deporgrama.wordpress.com
dime socio me alegro mucho por tus premios, sigue trabajando asi… nos vemos
siempre el oso…..
Gracias mi socio ! Estuve por SClara unos días, por el fin de año, pero con el tiempo súper corto, apenas pude ver a Osmany unos minutos. El premio sin dudas cae muy bien, porque ya sabes que a veces nos ven únicamente como profesores y es necesario, yo diría que imprescindible, combinar la teoría con la práctica. La Serie Nacional la he seguido bastante (más de lo que yo esperaba), y creo que Villa Clara clasifica sin problemas; aunque esto de los bates de grafito ha sido una locura, no creo en la mitad de los jonrones que se han dado, a este paso se rompe el récord nacional. Estoy siguiendo de cerca las partidas de Leinier en el Corus, hoy estuvo muy muy cerca de pasarle por encima a Anand, pero ese final, compadre, no se podía ganar, mala suerte esta vez, pero al menos está jugando agresivo, Un abrazo para ti y que 2010 nos traiga cosas buenas a los dos
Felicidades por el premio merecido…estoy ahora en Haiti ayudando al pueblo hermano, SAludos
Gracias por las felicitaciones y aplaudo su noble gesto de estar ayudando a quien tanto lo necesita en estos momentos. Tengos dos amigos, doctores cubanos, que están allí haciendo lo que se pueda por salvar vidas. La mejor de las suertes para todos, Saludos