Si un visitante, de cualquier lugar del planeta, nos preguntara dónde puede encontrar algunos de los momentos más importantes del béisbol cubano, en video, libros o fotos, si preguntara dónde puede encontrar informaciones sobre los principales jugadores que en más de 100 años han brillado no solo en Cuba, es casi seguro que nuestra respuesta sería un encogimiento de hombros, en señal de desconocimiento; o quizás peor, de desconsuelo.
Por décadas, múltiples voces han abogado por la creación de un Salón de la Fama del béisbol cubano. El proyecto ha estado a punto de concretarse en varias ocasiones; sin embargo, por diversas razones la construcción del soñado sitio todavía continúa esperando.
Entre los problemas esgrimidos para la postergación, dos parecen ser los más graves: el primero sería la posible localización geográfica del Salón y el segundo, el financiamiento. Analicemos brevemente cada uno de estos supuestos argumentos.
Comencemos por la localización del Salón. Muchos, entre los que me encuentro, consideran que el estadio Palmar de Junco, en el barrio matancero de Pueblo Nuevo, merece ser la sede del Salón por una razón de enorme peso: allí fue donde se jugó por primera vez pelota en Cuba, en diciembre de 1874 y es el estadio de béisbol más antiguo del mundo. ¿No le parece suficientemente convincente? Es cierto que el estado constructivo del Palmar es, lamentablemente, muy pobre; pero ese es otro argumento ya que la construcción del Salón permitiría recuperar un estadio que nunca debió ser olvidado.
Los que se oponen a la idea del Palmar como sede del Salón esgrimen que al encontrarse el estadio en un lugar distante de la principal instalación del país, es decir, el Latinoamericano, entonces la publicidad y, por supuesto, el número de visitantes supuestamente sería inferior. Resulta innegable que el Latino es un sitio donde se han escrito varias de las páginas más brillantes del béisbol cubano. Allí hemos ganado campeonatos mundiales, Copas Intercontinentales, sobre esa grama recibimos también a un equipo de Grandes Ligas, los Orioles de Baltimore; sin embargo el centenario Palmar de Junco, en silencio, reclama ser rescatado y exige que los nombres de aquellos soñadores que en la segunda mitad del siglo XIX introdujeron en Cuba la afición por la pelota, regresen al primer estadio que los acogió.
Además, en 1991 el Palmar fue declarado Monumento Nacional y en la resolución donde se oficializa el hecho, la Comisión Nacional de Monumentos expresó que “había considerado rendirle homenaje al Palmar de Junco al situar en sus instalaciones el Hall de la Fama.”
El otro problema del Salón es el financiamiento. Construir el Salón en el Palmar llevaría una mayor inversión que situarlo en el estadio Latinoamericano y volvemos sobre la posible cantidad de visitantes. Quizás el error sería entonces considerar solo la parte comercial del Salón. Para los cubanos tener un sitio donde los más jóvenes puedan leer sobre la historia del béisbol y de importantes figuras; observar los hechos más importantes o conversar al menos una vez al mes con uno de esos futuros integrantes del Salón, podría ser más preciado que la cantidad de dinero recaudado por la venta de entradas o de souvenirs.
Cada país latinoamericano donde el béisbol es pasión, cuenta con un Salón de la Fama, aunque el desarrollo de estos es muy desigual. Entre todos los sitios, ninguno llama más la atención que el Hall de la Fama ubicado en la pequeña localidad de Cooperstown, en Nueva York.
Cuenta la leyenda que Abner Doubleday, considerado un héroe de la Guerra de Secesión, inventó el béisbol en Cooperstown y por eso se erigió allí, a mediados de los años treinta del siglo veinte, el Salón del béisbol norteamericano.
En 1936 se decidió quiénes serían los cinco primeros integrantes de Cooperstown; aunque el lugar solo fue inaugurado en 1939 y además de Babe Ruth, Ty Cobb, Christy Matthewson, Walter Johnson y Honus Wagner, otros 21 peloteros incluyeron sus nombres entre los inmortales en aquella histórica jornada del 12 de junio de 1939.
El Salón fue bien acogido por la afición y la tradición de elegir cada año a nuevos miembros recibe cada vez más cobertura mediática; aunque el complejo proceso de selección, en el que participan los periodistas especializados en béisbol, no ha estado exento de polémicas.
Cooperstown recibe más de 300 mil visitantes todos los años y en sus fondos atesora más de 35 mil objetivos y cerca de tres millones de artículos. Cifras sin dudas impresionantes y que reflejan que el sitio, más allá del afán comercial que movió a sus creadores y que todavía impulsa a los que mantienen al Salón, ha ganado legitimidad ante los ojos de los fanáticos y es una excelente fuente de información para las generaciones que no pudieron ver jugar a Cy Young, Lou Gehring, Babe Ruth o Roberto Clemente, por solo mencionar a algunas de las estrellas que tienen un espacio en Cooperstown.
Cuba es la nación latinoamericana con mayor cantidad de representantes en Cooperstown, con cuatro peloteros; tres de ellos fueron seleccionados por sus actuaciones en las Ligas negras, Martín Dihigo, José de la Caridad Méndez, conocido por todos como el Diamante Negro y Cristóbal Torriente; mientras el otro, Tany Pérez, brilló en las Grandes Ligas.
Lo que quizás muchos no sepan es que en Cuba se intentó copiar el ejemplo del Salón de Cooperstown y que tuvimos durante dos décadas nuestro Salón o al menos un sitio que recibió tal denominación.
El Salón cubano fue inaugurado—y no creo que esto haya sido una coincidencia—apenas un mes más tarde que el de Cooperstown, es decir, en julio de 1939. Según cuenta el periodista Jorge Alfonso, la Liga profesional cubana decidió agregar en una pared aledaña a las gradas del estadio La Tropica, hoy Pedro Marrero, una tarja de bronce en la que podía leerse:
HALL DE LA FAMA DEL BASE-BALL PROFESIONAL DE CUBA.
Relación de los players que han sido seleccionados como INMORTALES DEL BASE-BALL y que han merecido este justo reconocimiento por su destacada labor manteniendo un imperecedero recuerdo de lo que fuera este deporte.
La Comisión encargada de efectuar la primera selección eligió a diez peloteros y ellos fueron Luis Bustamante, José de la Caridad Méndez; Antonio Márquez García, Gervasio González; Armando Marsans, Valentín Sirique González; Rafael Almeida; Cristóbal Torriente; Adolfo Luján y Carlos Bebé Royer.
Año tras año, la Comisión adicionaba nombres a la tarja y la tradición se mantuvo hasta 1961, año en que desapareció el profesionalismo del deporte cubano y con él también terminó, inexplicablemente, la idea de recoger en un sitio a los peloteros más destacados de todos los tiempos.
Hoy el Salón de la Fama del béisbol cubano solo vive en los anhelos y esperanzas de muchos. Es una verdadera lástima que los nombres y hazañas de tantas estrellas apenas se conserven en las historias contadas y enriquecidas por la imaginación de las generaciones que tuvieron la suerte de ver batear a Marquetti, Muñoz, Capiró, Miguel Cuevas o lanzar a Huelga, Vinent, Changa Mederos, entre tantos miles que no merecen caer en el olvido y que se ganaron un lugar en ese Salón intangible.