La leyenda y la historia real encuentran caminos comunes cuando se escribe acerca de la génesis de la maratón. Cuenta la historia que el ejército griego logró una brillante victoria sobre sus enemigos persas, en las arenas de la ciudad de Maratón, en el año 490 antes de Cristo. Emocionado por el triunfo, el general ateniense Miltiades envió al soldado Filípides para que informara a toda Atenas sobre la hazaña del ejército y aquí comienza la leyenda, embellecida por el historiador Plutarco.
Filípedes recorrió los más de 40 kilómetros que separaban a Maratón de Atenas en poco tiempo, y fue tanto el esfuerzo que al llegar apenas pudo pronunciar: ¡Niké! ¡Niké! y cayó desvanecido. Niké es el nombre de la diosa griega de la victoria. Filípides pudo transmitir la buena nueva a los atenienses, pero no se recobró y murió pocos minutos después. Hasta aquí la leyenda.
Cuando se planteó la idea de celebrar los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, en Atenas, la leyenda renació. La gran victoria ateniense sobre los persas y la carrera de Filípedes formaba ya parte del imaginario popular griego y es entonces que un especialista en mitología griega, el francés Michele Breal, hizo la propuesta de agregar el recorrido de Maratón a Atenas en el programa de la Olimpiada. El Barón Pierre de Coubertin acogió con entusiasmo la proposición y decidió que una carrera de 40 kilómetros, llamada Maratón, debería representar uno de los momentos cumbres de los Juegos.
La primera maratón en las Olimpiadas fue espectacular, pues la nación sede, Grecia, llegó hasta la última jornada sin ningún título. Pero en la maratón un pastor, llamado Spiridón Louis, se elevó hasta la categoría de héroe nacional al cruzar en primer lugar y ser reconocido como el ganador.
Muchos creen que la distancia actual que se recorre en cada maratón, es decir, 42 kilómetros y 195 metros, representa la separación entre Atenas y Maratón. Pero no es así. Como ya le había comentado, tal separación era de un poco más de 40 kilómetros y nunca se supo con precisión.
Hasta 1921 no existió una medida arbitraria para los maratones y cualquier carrera de aproximadamente 40 kilómetros podía ser vista como una maratón. Ni siquiera las Olimpiadas contaban con una unidad para normar esta competencia. Por ejemplo, en la cita de París, en 1900, se recorrieron 40,2 kilómetros. Ocho años después, en Londres 1908, se implementó, por primera vez, los 42 kilómetros y 195 metros. Esta era la distancia desde el castillo Windsor hasta el palco real, ubicado en el estadio londinense de Wembley. Ya a partir de 1921 se instituye como distancia oficial los 42 kilómetros y 195 metros que se mantiene hoy.
Las carreras de maratón cautivaron al público, su fama creció y se convirtieron en parte inseparable de múltiples citas deportivas. Cuba tuvo un gran momento en 1904 cuando Félix Carvajal, también conocido como el Andarín, participó en la Olimpiada de San Luis y estuvo entre los primeros lugares de la carrera… hasta que su apetito voraz lo traicionó y unas manzanas verdes le produjeron tal indigestión que el Andarían perdió valiosos minutos y así se le escapó la oportunidad de entrar en el podio de premiaciones.
De seguro usted habrá leído en algún momento sobre la carrera de San Silvestre de Sao Paulo. ¿Qué tiene de particular? La respuesta es sencilla: la fecha en que se celebra. Durante más de ochenta años, decenas de miles de corredores han decidido pasar parte del último día del año, el 31 de diciembre, corriendo por varias calles de la ciudad brasileña de Sao Paulo.
La carrera lleva el nombre de San Silvestre porque de acuerdo con el santoral católico, el 31 de diciembre es el día de este santo. La iniciativa de crear una competición en un día tan señalado y especial fue del periodista brasileño Cásper Líbero y surgió en 1924.
Muchos llaman a la carrera de San Silvestre como maratón, pero en realidad no lo es porque nunca ha tenido una distancia fija. En su primera edición contó de apenas 8 kilómetros, aunque esta distancia ha ido en aumento con el paso de los años y desde 1991 se corren 15 kilómetros.
Originalmente la San Silvestre se corría de noche y los atletas celebraban la llegada del año nuevo en medio de la competición ¿se imagina usted corriendo un 31 de diciembre por las calles habaneras? Casi pudiera responder con seguridad que no y eso mismo pasaba con los brasileños y los invitados extranjeros. Muchos se resistían al horario y por esta razón, con el fin de aumentar la cantidad de participantes, los organizadores decidieron mantener la tradicional fecha; pero adelantaron el inicio de la carrera para horas de la tarde.
Por supuesto que en el mundo existen muchísimos maratones competitivos y que ofrecen grandes sumas monetarias a los vencedores. Dos de los más famosos se corren en Estados Unidos: el de de Nueva York y el de Boston.
Una de las maratones más significativas no tiene a un ganador definido ni se cuantifican los tiempos y quizás la mayor meta sea llegar hasta el final. Es la Maratón por la Esperanza Terry Fox.
La historia del joven canadiense Terry Fox es conmovedora. Con solo 19 años los médicos le diagnosticaron un tumor maligno en su rodilla derecha y tuvieron que amputarle la pierna. Lejos de sentarse a llorar su desgracia, Terry encontró las fuerzas necesarias para iniciar, en 1980, un largo recorrido por Canadá. A pesar de su prótesis en la pierna, de las inclemencias del tiempo y de la incomprensión inicial de algunos, Terry siguió adelante y fue ganando adeptos a su causa. Días tras día se levantaba y comenzaba su recorrido de aproximadamente 40 kilómetros. Corría para recaudar fondos que ayudaran a financiar las investigaciones sobre el cáncer y para mostrarle al mundo que era posible enfrentarse a la enfermedad y salir victorioso.
Después de 143 días consecutivos de carrera, y más de 5 mil kilómetros recorridos, la enfermedad atacó nuevamente al cuerpo de Terry.
El cáncer se extendió hasta sus pulmones y le impidió continuar la carrera. En el mismo 1980 recibió varias condecoraciones. Un año después, gracias a su ejemplo, cada ciudadano canadiense donó al menos un dólar para la lucha contra el cáncer. La vida de Terry terminó el 28 de junio de 1981 luego que los tratamientos no dieron resultado. En su honor, el gobierno canadiense decretó duelo nacional e izó la bandera a media asta. Uno de los picos de las Montañas Rocosas lleva su nombre y Terry fue considerado uno de los canadienses más influyentes del siglo XX.
Poco después de su muerte se creó la carrera Terry Fox que se ha extendido a más de 100 países en el mundo y que, además de recaudar fondos para la lucha contra el cáncer, intenta llamar la atención sobre la proliferación de distintos tipos de cáncer que afectan a la humanidad.
A partir de 1998 Cuba se sumó a la lista de países que organizan anualmente una carrera con el nombre de Terry Fox. La iniciativa de correr una vez al año para así recordar a Terry Fox ha llegado hasta lo más profundo de los cubanos y ya nuestro país es la segunda nación que más personas convoca, solo superada por Canadá.