Las peleas entre los hombres de mayor peso corporal suelen ser de las más esperadas, atractivas y espectaculares en los carteles de boxeo. La fuerza de los golpes de estos hombres atrae y de ellos se espera, siempre, un fuera de combate fulminante que deje al rival tendido sobre la lona.
Quizás por estos estereotipos físicos, el mundo vio con sorpresa cómo un pequeño boxeador cubano, con apenas unos kilogramos por encima de los 91, llegó a ser considerado como el mejor peleador del mundo a principios de la década de los noventa del siglo pasado. Con una gran movilidad sobre el cuadrilátero, una excelente técnica y también un gran golpeo, aunque nunca fue su fuerte, este hombre no tuvo rivales en un lustro y su nombre brilló en los principales escenarios mundiales. Nada parecía capaz de frenarlo. Solo un fatal accidente, en el mejor momento de su carrera, pudo derrotar a Roberto Balado; pero en sus 28 años logró tantos triunfos que se ganó el derecho indiscutible a ser considerado una leyenda, no solo del deporte cubano, sino también del boxeo amateur.
Pocos boxeadores, tal vez solo Félix Savón, tuvieron un ascenso más rápido que Roberto Balado. Las comparaciones nunca son justas y es necesario tener en cuenta diversos factores y analizar el contexto histórico en que se desenvolvió cada figura. Por eso resulta imposible comparar las actuaciones de Savón, Teófilo Stevenson y Balado. La escuela de boxeo cubana ha brillado durante décadas y en los libros de récords y en el imaginario popular aparecen múltiples nombres elevados a la categoría de estrellas. Pero entre los mayores pesos, Stevenson y Savón, con sus tres coronas olímpicas y Balado, están en el primer lugar de la hipotética lista.
Balado nunca impresionó por la fuerza de sus golpes. Sus peleas por lo general terminaban por puntos, aunque con gran ventaja de su parte. Quizás el fuera de combate más recordado de Balado ocurrió en la final de los XI Juegos Panamericanos, celebrados en La Habana en 1991, cuando con un golpe directo al mentón lanzó a la lona al puertorriqueño Harold Arroyo, y cerró así una actuación casi perfecta del boxeo cubano en aquella cita.
El nombre de Balado se hizo escuchar entre los amantes al boxeo por primera vez en 1987. Ese año se celebró el Mundial juvenil en la capital cubana y en él, Balado no tuvo grandes problemas para alzarse con el primer lugar. Sin embargo, no fue incluido en la selección nacional que participó en los Panamericanos de Indianápolis.
Dos años más tarde hizo su debut en el equipo y fue uno de los cuatro cubanos que logró el título en el controvertido Mundial de Moscú. En medio de un ambiente claramente hostil y con árbitros nada imparciales, Balado mostró su enorme superioridad sobre el entonces soviético Mironischenko; pero ese triunfo no fue suficiente para mantener el dominio cubano en citas mundiales. En la Copa Mundial de Bombay, en 1990, Balado conquistó el título y se ratificó como el mejor hombre de la división.
Después de su magnífica demostración en los Panamericanos de La Habana, Balado mantuvo su cadena de victorias con su segundo título mundial, alcanzado en el Mundial de Sydney. Allí, Balado venció por el oro al búlgaro Russinov.
Su momento consagratorio llegó en las Olimpiadas de Barcelona, en 1992. Cuba presentó en esa cita, posiblemente, a uno de los mejores equipos de todos los tiempos, y con hombres como Rogelio Marcelo, Héctor Vinent, Juan Carlos Lemus Ariel Hernández, más Savón y Balado, arrasó en la Ciudad Condal. Siete medallas de oro y dos de plata ayudaron a que Cuba finalizara en la quinta posición del medallero final de la Olimpiada.
Balado sostuvo en Barcelona cuatro combates. Abrió con un amplio triunfo de 16 golpes contra solo 2 frente al canadiense Tom Glesby; luego derrotó al norteamericano Larry Donald 10 por 4 y en semifinales aplastó al danés Brian Nielsen por 15 a 1. El rival del combate fue toda una sorpresa, pues nadie pronosticó que el nigeriano Richard Indineghu llegara tan lejos en la competencia. Sin embargo, Balado terminó los sueños dorados del nigeriano y lo venció por 13 a 2. En total, el cubano marcó 54 golpes y apenas recibió 9. Estos datos, más lo superior que lució sobre el cuadrilátero, fueron argumentos suficientes para que la Federación Internacional de Boxeo le otorgara el premio “Val Baker”, el galardón al mejor boxeador de la Olimpiada.
La Copa Val Baker fue instituida en la cita estival de Berlín, Alemania, en 1936, y con anterioridad, solo otro cubano la había obtenido: Teófilo Stevenson en 1972.
Después de Barcelona, Balado intervino en el Mundial de Tampere, Finlandia, en 1993. El boxeo cubano vivía uno de sus mejores momentos y en la cita finlandesa demostró que la actuación en la Olimpiada no fue obra de la casualidad. Ocho títulos dorados ratificaron el poderío nacional. Balado se volvió a encontrar en el combate final contra el búlgaro Russinov y nuevamente le sonrió la victoria.
En su segunda presencia en la Copa Mundial, ahora en Bangkok, Balado ratificó su predominio y logró otra medalla de oro.
Esta fue la última competencia internacional donde intervino Balado.
El 2 de julio de 1994, mientras se dirigía a su habitual sesión de entrenamiento en la finca del Wajay, el carro, conducido por Balado, fue impactado por un tren. No hubo una segunda oportunidad para el campeón. La vida se le escapó en segundos.
Su muerte conmocionó al país. Balado no solo impresionaba por los triunfos sobre el cuadrilátero, sino también por su calidad humana. En su honor se creó un torneo que se celebra anualmente; pero más de una década después de su partida definitiva, todavía se extraña.
Desde 1994 la selección cubana no ha tenido a un boxeador en los pesos pesados que al menos se acerque al nivel de Balado. Nunca habrá otro igual; no obstante, y a pesar de la impaciencia, aún queda la esperanza de que en cualquier lugar del país, surja un hombre capaz de llevarnos a los planos estelares donde una vez nos tuvo Roberto Balado.
Publicado en Habana Radio