Durante las primeras cinco décadas del siglo pasado, los terrenos de béisbol de La Habana sirvieron como sedes del entrenamiento primaveral para varios de los principales equipos de las Grandes Ligas norteamericanas. El propósito principal de esas visitas era realizar los últimos ajustes en la preparación de los jugadores a escasos días del inicio de la temporada regular y las selecciones también aprovechaban su estancia habanera para jugar contra diversos equipos locales.
La franquicia de los Gigantes de Nueva York fue una de las más asiduas visitantes de nuestro país. De su presencia en Cuba se recuerdan dos momentos inolvidables: en 1920, con Babe Ruth en sus filas y en 1937 cuando una de las leyendas del béisbol cubano, Adolfo Luque, todavía lanzaba para ellos.
Los Gigantes de Nueva York arribaron a La Habana a mediados del mes de febrero de 1937 y estaban en los comienzos de su entrenamiento por lo que su preparación física todavía era muy pobre. Ellos tenían previsto completar su entrenamiento, jugar contra varios equipos cubanos y finalmente efectuar otros dos partidos contra los Cardenales de Sant Louis.
La visita de 1937 era la tercera que la franquicia de los Gigantes realizaba a La Habana. La primera de ellas fue en 1911 y ese año ganaron la serie contra clubes cubanos al obtener 9 victorias y sufrir solo 3 derrotas. Casi una década después, en 1920, los Gigantes volvieron y en sus filas estaba el gran Babe Ruth, aunque solo por unos días y gracias al dinero del empresario Abel Linares, ya que el “Bambino”, como apodaban a Ruth, jugaba para los Yankees. Los Gigantes también ganaron la serie de 1920 por 9 a 5.
En 1937 los Gigantes salían como favoritos para alcanzar su tercer triunfo consecutivo en las series contra diferentes selecciones cubanas. El primero de los encuentros de preparación tuvo lugar el 24 de febrero. Los Gigantes enviaron al montículo al lanzador Tom de la Cruz para enfrentar a un equipo que supuestamente representaba a las Fuerzas Armadas. En realidad no era tal selección sino una novena conformada por peloteros de diferentes clubes. El abridor cubano limitó a los Gigantes a solo cuatro carreras, mientras los locales cayeron rápidamente sobre de la Cruz y lo sacaron del box en el primer capítulo.
El momento más interesante del juego inicial llegó en el octavo inning cuando Adolfo Luque salió a lanzar por los Gigantes. Los más de 7 mil fanáticos que asistieron al partido le dieron una gran ovación a Luque, aunque Papa Montero, como también se le conocía a Luque en Cuba, fue mal defendido y gracias a dos errores de los Gigantes la selección pudo marcar las tres carreras que consolidaron la ventaja. El resultado fue de 7 anotaciones por 3. Contrario a lo esperado, el equipo de las Grandes Ligas comenzaba por debajo la serie.
Al día siguiente una gran tormenta impidió el desarrollo del partido. El 27 de febrero los Gigantes enfrentaron a un rival mucho más complicado: el club Habana. La temporada invernal del béisbol profesional cubano había terminado días antes y los jugadores del Habana, al igual que los del Almendares, estaban en perfecta forma física y eso no era un secreto para nadie.
Los Gigantes tomaron el mando en el primer inning y Clyde Castleman mantuvo en cero a la fuerte batería de los Leones habaneros; pero en el cuarto episodio entró a lanzar Bill Benne y ahí comenzaron los problemas para los visitantes. Benne regaló dos boletos y se apareció el cuarto bate Silvio García con un doble que puso delante en el marcador a los Leones. Dos entradas más tarde, el Habana volvió a la carga y agregó otras tres carreras que definieron por completo el juego por un humillante 9 a 1. La serie se puso 2 a 0 favorable a las selecciones cubanas.
Con la serie en su contra, los Gigantes no tuvieron otra mejor opción que pasar su mañana… observando las peleas de gallos, tan comunes en La Habana del siglo pasado. Esa misma tarde los visitantes tuvieron de rival a otro equipo con magnífica preparación, los Alacranes de Almendares y su estrella Ramón Bragaña en el montículo.
Al igual que en el desafío anterior, los Gigantes tomaron el mando en el segundo capítulo; pero Bragaña se encargó de empatar el juego al disparar triple en el séptimo inning y en esa misma entrada los Alacranes anotaron dos más que inclinaron la balanza del lado cubano. Al final del partido, el director de los Gigantes, Bill Terry, mostró su admiración por el trabajo de Bragaña y dijo que tenía un maravilloso repertorio entre curvas y rectas, además de un excelente control. A pesar de los elogios de seguro no se le ocurrió ofrecerle un contrato a Bragaña porque este era negro y era 1937, nueve años antes de que Jackie Robinson rompiera la barrera racial en las Grandes Ligas.
En la primera década del siglo XX, otro director de los Gigantes, John McGraw, prodigó las condiciones de la estrella del picheo cubano, José de la Caridad Méndez, más conocido por el Diamante Negro; pero ni McGraw ni Bill Terry se arriesgaron y ni Bragaña ni José de la Caridad pudieron jugar en las Grandes Ligas.
Después de tres derrotas consecutivas, los Gigantes de Nueva York decidieron hacer una pausa en sus enfrentamientos contra selecciones cubanas y se dividieron internamente en cuatro equipos para topar entre ellos. En ese entrenamiento estuvieron casi una semana y como no les iba bien contra clubes profesionales cubanos, los directivos de los Gigantes quisieron jugar frente a una selección de menor nivel y así invitaron al Deportivo Fortuna, una selección amateur. Contra ellos, finalmente los Gigantes despertaron al bate y le marcaron siete carreras al zurdo Agapito Mayor.
El batazo más largo lo conectó Dick Bartell quien adivinó un lanzamiento de Agapito y llevó la pelota contra la cerca del jardín central, ubicada a 525 pies, para acreditarse un jonrón dentro del terreno. La victoria de 7 por 2 ante el Fortuna significó el primer triunfo de los Gigantes en tierras cubanas.
Los Gigantes volvieron a sus partidos internos y se prepararon mejor para el otro duelo contra Almendares. Desde las tribunas, el genial ajedrecista José Raúl Capablanca brindó su apoyo a los almendaristas. Rodolfo Fernández abrió por los Alacranes y tuvo la suficiente sangre fría para salir de las complicaciones, mientras los suyos aprovecharon el descontrol de Hal Schumacher para marcar cuatro anotaciones que decidieron el desafío. Los Gigantes sufrieron su cuarto revés consecutivo a manos de selecciones profesionales.
Un día después los Gigantes se enfrentaron a una selección de jugadores y para intentar borrar el mal papel enviaron al montículo a Carl Hubell, su mejor lanzador. La gran estrella se presentó en tarde de gala y llevó a su equipo a la primera victoria frente a profesionales 7 por 3. El lanzador cubano Luis Tiant tiró cuatro innings casi perfectos; sin embargo, en el quinto fue víctima de la hasta entonces dormida ofensiva de los Gigantes. El jonrón dentro del terreno de Harry Dannings remató el racimo decisivo de siete carreras del quinto episodio.
El 11 de marzo los neoyorquinos jugaron ante otra selección de estrellas cubanas y tuvieron frente a ellos, nuevamente, a Ramón Bragaña. Como en ocasiones anteriores, los Gigantes tomaron la delantera en el primer inning y esta duró hasta el octavo cuando los cubanos igualaron el desafío, gracias a una base por bolas, un jit y un sacrificio de fly. Después de 12 entradas, los dos equipos acordaron considerar empatado el partido.
En sus seis partidos contra clubes profesionales, los Gigantes de Nueva York ganaron solo un juego, perdieron cuatro y empataron uno. El lanzador Ramón Bragaña fue considerado el Jugador Más Valioso al permitir solo dos carreras en 21 innings de actuación.
Finalmente, los Gigantes celebraron dos partidos más en tierras cubanas, aunque esta vez su rival fue la selección de los Cardenales de Sant Louis de la Liga Nacional. Más de diez mil fanáticos se reunieron para presenciar cada juego. En el primero de ellos, los Cardenales ganaron 4 por 3 y los Gigantes se desquitaron en el último 5 por 4 en 12 innings.
Dos semanas antes del inicio de la temporada regular de 1937, los Gigantes de Nueva York abandonaron La Habana para afrontar la parte final de su entrenamiento. Nunca más volvieron a pisar tierra cubana.