Lance Armstrong, Ana Fidelia Quirot y Luboslav Penev brillaron en sus modalidades deportivas; además, comparten otro elemento común: la vida les puso por delante una dura prueba que ellos cumplieron con éxito, después de sobrevivir a rivales supuestamente invencibles: el cáncer y accidentes que los situaron al borde de la muerte.
El anuncio del regreso a las carreteras de Lance Armstrong asombró al mundo del ciclismo; aunque la conmoción generada por los deseos del norteamericano de correr una vez más el Tour de Francia no se acerca a la de 1998, cuando el mismo hombre proclamó que, contra todos los pronósticos, había vencido al cáncer de testículos y estaba listo para subirse a la bicicleta y desandar miles de kilómetros.
En los primeros años de la década de los noventa del siglo pasado, el nombre de Armstrong comenzó a sonar con fuerza. Al título de campeón mundial de fondo, logrado en Oslo, se sumaban los triunfos en dos etapas del Tour francés y la Clásica de San Sebastián; pero a finales de 1996 los doctores le detectaron al estadounidense un cáncer de testículos con metástasis cerebral.
Las conclusiones médicas le otorgaron al ciclista un poco más del 20 por ciento de posibilidades de vencer a un cáncer tan extendido. Armstrong no se dio por vencido. Recurrió a los especialistas de mayor prestigio en el área y logró que le extirparan los tumores. La quimioterapia no destruyó sus pulmones y el alejamiento fue de solo dos años.
El resto de la historia es conocida: Armstrong volvió en una forma física tan extraordinaria que rompió todas las marcas y ganó siete Tour de Francia consecutivos, una cifra que dejó atrás los cinco éxitos del español Miguel Induraín.
No obstante, el supuesto final de la carrera de Armstrong no pudo separarse de las acusaciones de dopaje. Nunca pudieron probarle nada, aunque las críticas crearon dudas en los fanáticos al ciclismo quienes han visto, con dolor, cómo los cada vez más rigurosos exámenes antidoping develan que, en realidad, sus principales ídolos fueron grandes tramposos.
La corredora cubana Ana Fidelia Quirot también vivió momentos críticos cuando un accidente casero la colocó entre la vida y la muerte en 1993. Por casi un lustro, la Quirot dominó los 800 metros planos en el mundo y muchos la consideraban la mujer con más capacidades para romper el impresionante récord de la checa Jarmila Kratochvilova de 1:53,28, impuesto en 1983.
Los pronósticos de los médicos no eran optimistas ante la gravedad de las quemaduras; sin embargo, la voluntad de Fidelia pudo más y triunfó en la carrera de su vida. En menos de un año reapareció en los Juegos Centroamericanos de Ponce, en 1993, y obtuvo una medalla de plata muy aplaudida porque las lesiones apenas le permitían mover los brazos y el cuello. Su enorme voluntad la hizo entrenarse con más fuerza y la Quirot maravilló al universo atlético al conquistar el título en los Campeonatos Mundiales de Gotemburgo 1995 y Atenas 1997. Además, finalizó en la segunda posición en los Juegos Olímpicos de Atlanta, en 1996.
El diagnóstico de los doctores tampoco fue prometedor sobre el futuro del futbolista búlgaro Luboslav Penev. En enero de 1994, el jugador del Valencia de la Liga Española anunció su retiro de las canchas porque padecía de cáncer en el testículo izquierdo.
Durante tres años, Penev recibió diferentes tratamientos médicos y su recuperación resultó tan satisfactoria que volvió a la titularidad con el club valenciano y con ellos ganó la Liga y luego la Copa del Rey como parte del Atlético de Madrid.
La lista de deportistas que han afrontado con éxito enfermedades que amenazaban con terminar sus vidas es mucho más larga y no se puede olvidar la caída del ahora estelar ciclista Alberto Contador. En la Vuelta de Asturias, en 2004, el español fue al piso sorpresivamente y en el hospital le detectaron un cavernoma cerebral. Esta malformación lo obligó a una operación de urgencia de la que salió muy bien y, en 2007, Contador conquistó el Tour de Francia.
Un caso muy recordado es el de la sueca Ludmila Engqvist, titular olímpica en los 100 metros con vallas en Atlanta. En 1999 le informaron que tenía cáncer de mama y no hubo otra alternativa que extirparle un seno. Engqvist siguió entrenando y cuatro meses después corrió en el Campeonato Mundial de Sevilla. Allí mereció los titulares por su presea de bronce en las vallas.
No todas las historias de atletas que enferman tienen un final feliz. Muchos mueren, incluso sobre un terreno de juego, y sus nombres también ocupan, lamentablemente, un lugar en la historia; pero persisten los ejemplos de Armstrong, Quirot, Penev, Engqvist, entre tantos otros, quienes gracias a su voluntad, sacrificio y amor hacia el deporte, sortearon con éxito la prueba más difícil para un ser humano: vencer a su propio cuerpo. Ellos lo lograron y vivieron para contar sus historias, reconocidas muchas veces por el imaginario popular como verdaderas hazañas.
Publicado por el portal Cubasí