El destacado periodista Pablo dela Torriente Brau fue un escritor singular y gran amante desde su juventud de los deportes.
Pablo nació en San Juan, Puerto Rico, en 1901 y es a los cuatro años que pisa por primera vez tierra cubana. Su padre era, entre otras cosas, periodista y tal vez esa influencia y su propia formación llevó a Pablo a interesarse por las letras. Desde temprana edad mostró inclinación hacia el periodismo y con solo nueve años publicó su primer artículo en la revista El Ateneista.
En realidad Pablo nunca llegó a graduarse de una carrera universitaria; pero su talento se impuso por encima de títulos.
La afición de Pablo de la Torriente por el deporte no quedó reflejada solo en sus escritos sino que él supo combinar el periodismo con la práctica de diversos deportes, como el fútbol rugby.
Precisamente el rugby, el ajedrez y otras modalidades quedaron reflejados en los cuentos y artículos de Pablo.
En 2003 apareció el libro “Recuerdos de la próxima olimpiada”, editado por Ediciones La Memoria del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau y con financiamiento del Comité Olímpico Cubano. A través de él, los lectores pudieron aproximarse más al Pablo periodista deportivo.
“Recuerdos de la próxima olimpiada” recoge artículos escritos hace más de 70 años por Pablo. Según el periodista Víctor Joaquín Ortega el volumen mantiene una frescura y profundidad impresionante, lo que demuestra que Pablo, además de un gran intelectual y revolucionario, fue uno de los más originales cronistas deportivos de su tiempo.
Uno de los cuentos de Pablo que aborda, en alguna manera, un tema deportivo es “Páginas de la alegre juventud” que apareció por primera vez en su libro “Batey” y en donde el autor describe un partido de fútbol rugby, protagonizado por él mismo y por sus compañeros del Club Atlético de La Habana. Otro cuento de Pablo con temática deportiva es C2D, una historia llena de puntos de vistas compartidos entre el ajedrez y la vida de Pablo.
Uno de los artículos deportivos más interesantes escritos por Pablo fue “Los discóbolos”. En pocas líneas el periodista describe, con mucha sutileza, cómo desde la década del 30 ya existía el temor por la pérdida del espíritu olímpico en las citas estivales. Escribió Pablo:
“Cuando algún fanático de alguna cultura, como Feliciano, entra a un estadio moderno para presenciar la competencia de lanzamiento del disco, inmediatamente ha de sentirse cohibido por el ambiente y por el público y ha de sentir algo así como la diferencia con recuerdos que no tienen comparación posible. Esto fue lo que le pasó a mi amigo, que es un tipo que ama todavía lo clásico, y piensa que a los juegos olímpicos los espectadores deberían asistir vestidos con blancas túnicas, hablando de Píndaro y Corina y evocando las fuerzas titánicas de Milón el invencible crotoniata… Esto es una miseria y una ruindad —me decía Feliciano—. Esto no es una olimpiada ni nada de eso. Aquí todo el mundo está como desesperado… Y no hay gracia ni ritmo, ni belleza… Esto es una falsificación muy mala de los tiempos griegos…
Los hombres de mármol
Feliciano tenía razón: Las olimpiadas modernas son una mala falsificación de las antiguas; pero hay una razón fundamental que lo justifica: la de que corresponden a nuestro tiempo moderno, precipitado y áspero, por eso, al entrar en un estadio de nuestra época hay que olvidarse de los hombres de mármol, imperiosamente bellos y majestuosos, que estamos acostumbrados a ver en los museos y escuelas de pintura. Y hay que comprender esto o no asistir a las competencias atléticas. Reflexiones como esta le hacía yo a mi amigo, que no acababa de admitirlas y de conformarse con ellas, extasiado en demasía con el recuerdo de la gracia impecable y marmórea del famoso Discóbolo, que nos recordaba [mutilado] a Scopas o a Praxíteles, a quien se le atribuía, pero cuya falta de presencia en un campo cualquiera de sport, lo consideraba como una gravísima falta a la belleza y al arte.”
Otra de las obras geniales de Pablo, dentro del periodismo, resultó el artículo Deporte y Revolución, donde el autor crítica a los deportistas universitarios que se negaron a participar en la amplia lucha contra la dictadura de Gerardo Machado. Sobre ellos opinó Pablo:
“El estudiantado cooperó a la lucha contra Machado. En premio a ello, se han obtenido títulos «al galope»; matrículas gratis, «bajo el látigo», y autonomía universitaria larga y difícil, como una decisión «por una nariz».
Pero lo que costó menor esfuerzo, fue obtener que los campos de sports de la Universidad y el estadio merecieran una amplia sonrisa presupuestal. Dentro de poco, el estadio será el doble y la pista mejor que antes.
Como premio a la revolución se lo merece el atletismo universitario…
Nombres hay que salvan del olvido para siempre a la falange de la Universidad. Mella, Hidalgo, Trejo… los que han muerto. Sobrevivieron a sus luchas otros cuantos, pero, ¿dónde están los del fútbol, los fives de baloncesto, las novenas de peloteros, los relevos de corredores en la revolución? ¿Qué se hizo de tanto atleta poderoso que no apareció por ninguna parte? El comentario no es nuevo. Más de una vez mereció el juicio despreciativo durante los años de mayor actividad. Hubo inclusive quien no solo no prestó cooperación alguna al movimiento estudiantil, sino que, no teniendo ya lugar en la Universidad, se fue a buscarlo a otro lado. Es conveniente recordarlo.
Los atletas, en términos generales, sólo le sirvieron a la Universidad para ganar medallas de oro. Cuando los necesitó para esfuerzos más notables no pudo contar con ellos.
Hoy se les preparan nuevos y abundantes beneficios a los futuros campeones de la enseña roja, y, aunque siempre he sido un entusiasta de los deportes y tengo fe en su excelencia en distintos órdenes, pienso que ese dinero, ha podido emplearse mucho mejor en prepararle alojamiento a los estudiantes pobres, que no tendrán tiempo ni alimentación para practicar los deportes y que sí sufrieron en todo su rigor las consecuencias de las luchas contra Machado.”
Una de las crónicas más conocidas de Pablo fue “Un Polo Ground cubano en Nueva York”, publicada por la revista Bohemia en 1936 y donde el autor cuenta los múltiples esfuerzos del empresario Alejando Pompez, hoy miembro del Salón de la Fama de Cooperstown, por dotar de excelentes condiciones al estadio construido para los juegos del equipo Cubanos de Nueva York.
De seguro menos conocida es la carta que dirigió Pablo de la Torriente al doctor Jesús de la Carrera y Fuente; sin embargo, en ella también el autor dio muestras de su conocimiento beisbolero y en especial le cuenta al doctor las incidencias del último partido en Grandes Ligas de Adolfo Luque, un hombre controvertido tanto dentro como fuera de los terrenos.
Dijo Pablo en aquella carta de mayo de 1935:
“lo más estupendo del juego fue el trabajo de Luque. Yo no le tengo simpatías porque fue machadista; pero ante el picher hay que quitarse el sombrero y hasta la cabeza si es necesario.”
La labor periodística y revolucionaria de Pablo de la Torriente Brau resulta imposible de resumir en pocas líneas, pues aunque solo vivió 35 años Pablo puede llenar varias páginas con su historia. Sus reportajes Realengo 18 y El Presidio Modelo son estudiados en las escuelas de periodismo cubano por las técnicas que utilizó, muchas de ellas adelantadas para su tiempo. Su cuento “El héroe” es considerado un clásico de la literatura cubana.
Como revolucionario, Pablo se relacionó con las principales figuras de los años 30 como Rubén Martínez Villena y Raúl Roa, con los cuales fundó el Ala Izquierda Estudiantil, una organización que agrupó a los más radicales y progresistas estudiantes universitarios.
En marzo de 1935 fue uno de los organizadores de la huelga general que fracasó y lo obligó al exilio. En los Estados Unidos mantuvo su labor periodística y desde allí conoció el inicio en España de la guerra civil. Muchos trataron de disuadirlo para que no partiera hacia la confrontación bélica ya que él era importante para la revolución cubana; pero Pablo fue fiel a su idea y marchó desde Estados Unidos hasta España donde se incorporó a los combatientes defensores de la República. Llegó a Barcelona y allí comenzó su labor como corresponsal de guerra para las revistas New Masses, de Nueva York y El Machete, del Partido Comunista de México. Ya en Barcelona reunió testimonios y vivió experiencias que lo llevaron a escribir las primeras crónicas que están, junto a otras, en su libro “Peleando con los milicianos”.
Pablo era Comisario Político y parte del Estado Mayor del 109 Batallón de la Séptima División que recibió la orden de partir hacia Majadahonda donde el gran periodista encontró la muerte el 19 de diciembre de 1936. Tres días después su cadáver fue rescatado, junto a su gran amigo, el niño de 13 años que antes había adoptado en Alcalá de Henares.
Hoy la vida de Pablo de la Torriente Brau, sus artículos y su pensamiento, han sido rescatados del olvido y colocados en su justo lugar, como un referente obligatorio para los periodistas cubanos.