Los Juegos Paralímpicos, tanto en sus versiones de verano, como de invierno, constituyen uno de los eventos deportivos más emocionantes que se celebran en el mundo. Hoy participan en ellos miles de atletas, existe un elevado nivel de organización, gran cobertura mediática y excelentes instalaciones; pero para llegar hasta aquí, las Paralimpiadas han tenido que sobreponerse a momentos muy complicados de su historia.
Después de los Juegos de 1980, celebrados en Arnhem, renacieron las esperanzas de poder celebrar, en una misma ciudad, las Paralimpiadas de 1984; sin embargo, las contradicciones existentes entre las diversas organizaciones que agrupaban a los atletas discapacitados se intensificaron y por primera—y única vez— los Juegos tuvieron dos sedes.
En la ciudad de Nueva York se reunieron 1800 deportistas, de 45 países, quienes lucharon por las 900 medallas puestas en disputa. Lamentablemente la desunión del movimiento llevó a que las personas en sillas de ruedas no asistieran a la cita norteamericana, ganada con comodidad por los locales, con más de 200 títulos.
Unos días más tarde, comenzó en Stoke Mandeville, Inglaterra, la otra Paralimpiada, la cual contó en su ceremonia de inauguración con la presencia del príncipe Carlos. Los atletas en sillas de ruedas compitieron en diez deportes y, como novedad, debutó la maratón. La elección de Stoke Mandeville no fue casual ya que en esa locación se efectuó, en 1948, el primer torneo para personas afectadas en la médula espinal.
Si el movimiento quería seguir con vida, debía cambiar y el cambio llegó a partir de 1988. Luego de una separación de veinte años, las Olimpiadas y Paralimpiadas volvieron a celebrarse en una misma ciudad: Seúl. Esto representó un enorme avance porque se pudieron utilizar las mismas instalaciones—de muy buena calidad—para ambos eventos y, por tanto, disminuyeron los costos de la Paralimpiada.
Más de tres mil deportistas discapacitados, de 61 naciones, desfilaron por el principal estadio de Seúl y el notable aumento en la cantidad de participantes fue una prueba más del nivel de aceptación que habían logrado las Paralimpiadas.
En total se celebraron 16 deportes y el tenis de campo para personas en sillas de ruedas hizo su debut. La atleta más destacada resultó la nadadora norteamericana Trischa Zorna, débil visual, quien logró la impresionante cifra de 12 medallas de oro.
Un brillante espectáculo con fuegos artificiales despidió la Paralimpiada de Seúl y marcó el fin de una etapa. Ahora solo quedaba alcanzar una mayor unidad. En 1989 finalmente todas las organizaciones involucradas lograron un acuerdo y se creó el Comité Paralimpico Internacional (IPC, por sus siglas en inglés), con todo el poder, económico y simbólico, para organizar las siguientes citas.
Los Juegos de Barcelona, en 1992, todavía son recordados como uno de los mejores de todos los tiempos. Un resultado similar alcanzó la Paralimpiada. Por segunda ocasión consecutiva la misma ciudad acogía a los dos eventos y otra vez el resultado fue muy positivo.
El majestuoso estadio olímpico de Montjuic mostró un lleno de más de 65 mil espectadores en la ceremonia de inauguración de la Paralimpiada y la presencia en las gradas del presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), el español Juan Antonio Samaranch fue interpretada como una muestra más de apoyo.
Durante los doce días que duró la cita, más de un millón de personas asistieron a las diferentes instalaciones donde se desarrollaron los 15 deportes convocados. De nuevo el atletismo y la natación captaron la mayor atención de los más de tres mil deportistas, de 82 países. Cuba debutó en las Paralimpiadas y entre sus figuras más destacadas estuvieron Enrique Cepeda, Oscar Pupo y Omar Turro. La pequeña delegación cubana acumuló nueve preseas, tres de oro, tres de plata y tres de bronce.
El interés hacia el deporte paralímpico se había incrementado notablemente en apenas una década y en Atlanta 1996 se implantaron tres récords: 3195 atletas, 103 naciones representadas y 20 deportes, de ellos 17 oficiales y tres de exhibición—racquetbol, velas y rugby en sillas de ruedas.
En la urbe norteamericana los atletas lograron 269 plusmarcas mundiales y los locales ganaron el torneo. La cobertura mediática también creció y Cuba cumplió su mejor actuación histórica, con ocho títulos y tres medallas de plata, todo esto con apenas 10 atletas. Enrique Cepeda repitió su triunfo en el salto largo, al igual que Omar Turro en los 400 metros planos.
Por cuatro décadas Europa, Asia y América—Latina y del Norte—habían servido de sede a las Paralimpiadas; pero en 2000 llegó el turno de un largo viaje de miles de kilómetros hacia Sydney, Australia.
La estrecha colaboración entre los dos Comités organizadores permitió que el funcionamiento del transporte, las condiciones de alojamiento y el tratamiento médico resultara el mismo y esto nunca antes había sucedido.
La XI Paralimpiada comenzó en una fecha inusual, a mediados de octubre, para aprovechar el verano austral y dejó atrás todas las marcas impuestas en citas anteriores. Casi cuatro mil atletas, de 122 países, convirtieron a Sydney en las Paralimpiadas más grandes de todos los tiempos. La excelente organización fue premiada con grandes actuaciones deportivas que incluyeron 300 récords mundiales y paralímpicos y el primer lugar en la tabla de posiciones para Australia, por encima de Gran Bretaña y la sorpresiva delegación española. Entre las individualidades destacó la británica Tanni Grey-Thompson. Sobre su silla de ruedas nadie pudo alcanzarla en la pista de atletismo y Tanni venció en los 100, 200, 400 y 800 metros.
Para Cuba, Sydney marcó un retroceso en comparación con Atlanta. Solo se obtuvieron seis medallas, la cifra más baja de su historia. Entre los triunfadores sobresalió, una vez más, Enrique Cepeda y la discóbola Liudis Masó reeditó su éxito de 1996.
Cuatro años después, 700 personas transportaron la llama por diferentes ciudades griegas hasta su entrada triunfal en el estadio olímpico de Atenas, la sede de los XII Juegos Paralímpicos. Las marcas volvieron a romperse en la capital griega, pues el total de participantes se elevó a 3806, de 136 países.
En esta ocasión hubo una lucha más fuerte por las medallas en los 19 deportes y 17 naciones obtuvieron su primera presea en Paralimpiadas. La presencia femenina se incrementó con la inclusión de dos nuevas modalidades: el judo y el voleibol sentado. La nadadora japonesa Mayumi Narita mereció múltiples titulares por sus siete títulos, más que ningún otro competidor; mientras en los deportes colectivos destacó la primera incursión del fútbol sala, con la victoria de Brasil sobre Argentina. China dominó la tabla final de posiciones, seguida por Gran Bretaña y Canadá; mientras Cuba finalizó en el puesto 42, con dos títulos, dos de plata y siete de bronce. El doping también golpeó a las Paralimpiadas y de las 680 pruebas realizadas, 10 atletas arrojaron resultados positivos, entre ellos el judoca cubano Sergio Arturo Pérez quien tuvo que devolver su medalla de oro, ganada sobre el tatami.
Cuba asistió con su mayor delegación hasta ese momento, compuesta por 25 atletas, en cinco deportes: atletismo, judo, natación, levantamiento de pesas y tenis de mesa. Entre esos 25 hombres estuvo Enrique Cepeda quien intervino en su cuarta Paralimpiada. En 2004 Cepeda tenía 41 años; sin embargo, fue capaz de añadir otra presea a su impresionante historial que incluyó cuatro títulos, dos medallas de plata y una de bronce.
Los días de incertidumbre, de los bajos presupuestos y escaso interés han quedado atrás. Esas jornadas hoy forman parte de la historia de un movimiento deportivo que se ha sobrepuesto a las incomprensiones y en cada cita paralímpica demuestra que el credo, citado por Pierre de Freddy, el barón de Coubertin, en el que plantea que lo más importante no es triunfar, sino competir, cobra vida en el esfuerzo de los miles de atletas discapacitados que también intentan llegar al Olimpo.