Los organizadores de los Juegos Olímpicos de San Luis, en 1904, no tuvieron reparos en llevar a cabo una competición paralela, llamada “Días antropológicos”, en la que solo podían intervenir los “hombres inferiores”, entre los que se incluían, según sus retrógrados conceptos, los enanos, negros y judíos. Las personas con discapacidades físicas, mentales y motoras ni siquiera fueron consideradas “inferiores”, sencillamente en aquella época resultaba inadmisible que practicaran una modalidad deportiva.
Más de cuarenta años después de aquella abierta discriminación, recordada como uno de los puntos más oscuros en la centenaria historia del olimpismo, el inglés Ludwig Guttman organizó en Stoke Mandeville, Inglaterra, una competencia en la que intervinieron veteranos de la II Guerra Mundial, lesionados en la médula espinal. Este hecho marcó el inicio de las actividades deportivas que involucraban a atletas discapacitados; aunque tendría que pasar otra década para que ellos pudieran tener su primer gran evento internacional.
Roma, sede de la cita estival en 1960, tuvo el honor de acoger a los primeros Juegos Paralímpicos de la historia, los cuales contaron con la presencia de apenas 400 atletas, provenientes de 23 naciones. Era un gran paso de avance y así comenzaba la tradición de organizar, en el mismo año, las Olimpiadas y Paralimpiadas. Una tradición que se acerca ya a su medio siglo de existencia.
Luego de la experiencia romana, llegó el turno a los japoneses, en 1964, y cuatro años más tarde, se esperaba que Ciudad México acogiera a los III Juegos; sin embargo, en 1966 los mexicanos alegaron dificultades técnicas y hubo que encontrar, con urgencia, a una nueva sede.
El gobierno israelí aprovechó la retirada y solicitó la Paralímpiada, para que esta coincidiera con el vigésimo aniversario del reconocimiento de Israel como país. Un total de 750 deportistas, de 29 naciones, asistieron a unos Juegos que marcaron nuevos récords, no solo por la cantidad de participantes, sino también por la cifra de modalidades convocadas. La gran figura de 1968 fue el italiano Roberto Marson. En 1964 había conquistado sus dos primeros títulos en el atletismo y en Tel Aviv adicionó otras siete medallas de oro. En Marson sobresalió su gran habilidad física que le permitió intervenir, con éxito, en el atletismo, la esgrima y la natación.
Cuatro años después, Munich celebró la Olimpiada y al igual que sucedió con México, tampoco pudo organizar la Paralimpiada; no obstante, esta sí se mantuvo en territorio alemán porque la urbe de Heidelberng asumió la responsabilidad. Una situación similar se vivió en 1976. Montreal tuvo su Olimpiada, mientras Toronto acogió a la Paralimpiada. En esa ocasión intervinieron más de 1600 deportistas, entre ellos 253 mujeres. Por primera vez el evento recibió cobertura televisiva diaria, aunque solo para el territorio canadiense. La cita no escapó de las controversias políticas iniciadas en Montreal, ya que diversos países, sobre todo africanos, se retiraron en protesta por la presencia de una delegación sudafricana, un país que estaba bajo el oprobioso régimen del apartheid.
El debut de los atletas amputados en 1976 tuvo en el joven canadiense, de solo 18 años, Arnie Bolt, a su mejor exponente. La ausencia de una de sus piernas no le impidió a Bolt el triunfo en el salto alto y largo y recibió una especial ovación en la fecha de clausura de los Juegos.
Muchos esperaban que finalmente en 1980 las Olimpiadas y Paralimpiadas se celebraran en un único sitio; pero Moscú no aceptó la proposición y la continuidad de los Juegos estuvo, una vez más, en peligro ya que no había sede, ni dinero para sufragar los gastos de un evento que en cada edición mostraba un notable crecimiento en las cifras de participantes.
Afortunadamente los holandeses, mediante su Asociación deportiva de discapacitados, solicitaron la sede y realizaron una serie de acciones con el objetivo de captar los fondos necesarios, desde un programa televisivo especial hasta solicitar el apoyo del Ejército en el alojamiento de las personas. Las iniciativas cumplieron sus objetivos y la ciudad de Arhem recibió, durante dos semanas, a casi 2000 competidores, de 42 países. De ellos, 1055 en sillas de ruedas, 452 amputados y 341 impedidos visuales, incluso 125 con parálisis cerebral quienes intervinieron por primera ocasión.
Sudáfrica estuvo, por segunda vez, en el centro de la polémica, aunque ahora sí le prohibieron la participación, como señal de protesta por las violaciones del apartheid. En los terrenos de juego, sobresalió la nezolandesa Neroli Fairhall. Ella venció en la competencia del tiro con arco y tuvo fuerzas para enfrentar, cuatro años después, a las mejores atletas en la cita estival de Los Ángeles, en la que finalizó en una impensada trigésimo quinta posición.
A pesar de las complicaciones iniciales, Arhem 1980 significó un gran avance en el deporte paralímpico. Detrás habían quedado las incomprensiones y la indiferencia; sin embargo, todavía faltaba un largo camino por delante. Un camino que abriera las puertas a una verdadera unidad entre los distintos grupos de atletas discapacitados.
Publicado en Habana Radio