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Boicot al sueño olímpico

Maria Caridad Colón
María Caridad Colón

En 1980, el presidente norteamericano Jimmy Carter utilizó como pretexto la guerra de la Unión Soviética en Afganistán para llamar a un boicot internacional contra los Juegos de Moscú. Un total de 35 naciones siguieron los pasos estadounidenses y se ausentaron de la cita moscovita, la cual contó con la menor cantidad de países participantes desde 1956. No obstante, Moscú dejó momentos inolvidables para Cuba: el tercer título consecutivo de Teófilo Stevenson en el boxeo y el triunfo de María Caridad Colón en el lanzamiento de la jabalina que la convirtió en la primera mujer cubana y latinoamericana en escalar hasta lo más alto del podio olímpico.

Después de Moscú, Los Ángeles recibió por segunda ocasión la responsabilidad de organizar la Olimpiada. El ambiente estaba caliente en 1984 y el conflicto no demoró en estallar. En los primeros meses de ese año, la Unión Soviética, junto al resto de los países del campo socialista, alegó que no había seguridad para sus atletas y, por tanto, decidió ausentarse de la cita estival norteamericana.

El jueves 24 de mayo de 1984 los cubanos conocieron, mediante los principales medios de comunicación, la información oficial del Comité Olímpico nacional, donde se hacía oficial nuestra ausencia de Los Ángeles. El primer acuerdo de aquel comunicado planteó: “la delegación de Cuba no participará en los XXIII Juegos Olímpicos, teniendo en cuenta las inaceptables violaciones de las normas y principios del olimpismo cometidas por el Comité Organizador, y la situación provocada en Los Ángeles que no garantiza la seguridad ni la protección de los deportistas cubanos y de otras naciones socialistas, tanto desde el punto de vista de su integridad física y de su dignidad personal, como de su normal desenvolvimiento en las competencias, lo que ha dado lugar  a la ausencia de numerosos países con gran prestigio y potencial deportivo como justa e inevitable respuesta  a las violaciones cometidas que han ocasionado un daño ya irreparable a los Juegos, y privan al evento de lucimiento contenido y verdadero espíritu olímpico.”

Si bien el boicot de Los Ángeles fue menor que el de Moscú, lo cierto es que la ausencia de las principales potencias, como la Unión Soviética y la República Democrática Alemana, restaron brillo a los Juegos. Teófilo Stevenson vio así desaparecer la posibilidad de su cuarto título olímpico. En 1984 Stevenson tenía 32 años y ya no era el mismo, pero todavía había fuerza en su pegada.

Después de Los Ángeles, dos ciudades asiáticas llegaron a la ronda final de votaciones por la sede de 1988: la japonesa Nagoya y Seúl, la capital de Corea del Sur. Finalmente esta última ganó, y sus vecinos de Corea del Norte también pidieron acoger algunos deportes. Pero el Comité Olímpico Internacional se escudó detrás de la Carta Olímpica que plantea que los Juegos no pueden dividirse en dos países y negó la petición norcoreana.

De inmediato se alzaron las voces de protesta y se temió otro boicot de los países socialistas; sin embargo, la Unión Soviética anunció, quizás de forma sorpresiva, que asistiría a los Juegos. Solo seis naciones mantuvieron su postura inicial de no participar si la sede no se compartía, Cuba entre ellos, junto a Nicaragua, Etiopía, Albania, las Islas Seychelles y, por supuesto, Corea del Norte.

Los Juegos de Seúl tuvieron en la corredora norteamericana Florence Griffith a su gran estrella. La controvertida atleta impuso un espectacular récord mundial en los 100 metros planos de 10,54 segundos, una marca que parece podrá mantenerse por varias décadas más. El capítulo de los escándalos estuvo liderado por la triste figura del canadiense Ben Johnson y su primacía de 9,79 en los 100 metros. Ocho horas más tarde, se demostró que estaba dopado y fue expulsado de los Juegos. El boxeo también fue noticia por los probados casos de corrupción arbitral que favorecieron a los púgiles locales. Cuatro jueces fueron suspendidos y esto llevó a muchos a pedir, incluso, la salida del boxeo del programa olímpico.

El movimiento olímpico necesitaba cambiar y afortunadamente este cambio llegó con los Juegos de Barcelona, en 1992, considerados como uno de los mejores en la historia y donde Cuba, después de doce años de ausencia, retornó con 14 medallas de oro y una brillante quinta posición en la tabla final.
 
La situación política del mundo era completamente diferente. Los mapas habían cambiado de color, ya no existía la Unión Soviética y Alemania compitió como un único país, Yugoslavia también estaba en el proceso de desintegración. Esto hizo que la cantidad de naciones aumentara hasta 169. Si revisamos la tabla de aquella cita podremos encontrar en el primer lugar al “Equipo Unificado”, bajo ese nombre se agruparon la actual Rusia y 12 repúblicas ex-soviéticas.

Cuba envió una delegación conformada por 183 deportistas, de ellos 54 mujeres. Los pronósticos no eran muy optimistas, en especial por la ausencia de 12 años del escenario olímpico; pero las incógnitas encontrarían una rápida y agradable respuesta.

Para Cuba, Barcelona fue como un despertar. En total se obtuvieron 31 medallas, de ellas 14 doradas, ambos cifras récords. El boxeo tuvo la mejor actuación de su historia con siete títulos y dos preseas plateadas. Entre los triunfos, resaltó la primera corona de Félix Savón en los 91 kilogramos. Además, el súperpesado Roberto Balado mereció la Copa Val Baker por sus excelentes demostraciones sobre el ring. Los otros titulares fueron: Rogelio Marcelo, en los 48 kilos; Joel Casamayor en 54; Héctor Vinent en 63,5; Juan Carlos Lemus en 71 y Ariel Hernández en 75.

El béisbol hizo su debut como parte del programa olímpico y el equipo cubano, dirigido por el pinareño Jorge Fuentes, aplastó a todos sus rivales. Con el bate de aluminio en la mano, ninguno mejor que Víctor Mesa, líder ofensivo con 500 puntos de average. En Barcelona, Víctor lució una barba que asombró a muchos, pero parece que le dio buena suerte, porque conectó 15 imparables en 30 veces al bate. Solo Estados Unidos hizo alguna resistencia a la selección cubana.
El voleibol femenino dio el segundo título colectivo para Cuba en 1992. Las espectaculares Morenas del Caribe, con su líder Mireya Luis al frente, junto al esfuerzo de Magalys Carvajal, Regla Torres, Regla Bell y Lily Izquierdo, ganaron sus cinco partidos y en la discusión del oro vencieron al Equipo Unificado por 3 sets a 1. Así comenzó un dominio que se extendió por tres Juegos Olímpicos consecutivos.

En el atletismo, Javier Sotomayor alcanzó el único título que le faltaba, al elevarse por encima de los 2 metros y 34 centímetros. La gran sorpresa la produjo la lanzadora de disco Maritza Martén quien envió el implemento hasta unos impensados 70,06 metros y obtuvo el oro; aunque el resultado más inesperado lo protagonizó la cuarteta cubana de 4×100 metros. Su medalla de bronce, con un tiempo de 38 segundos rompió un viejo récord nacional impuesto en 1968. Incluso, los cubanos vencieron, en una de las semifinales, a los favoritos norteamericanos. Aquella cuarteta estuvo integrada por Joel Isasi, Joel Lamelas, Andrés Simón y Jorge Luis Aguilera. En la carrera final, Estados Unidos impuso una nueva primacía mundial, que todavía se mantiene, con 37,40 segundos.

En el judo debutaron las mujeres cubanas y sus resultados pueden catalogarse de excelentes, ya que ellas conquistaron un título, gracias al wazaari propinado por Odalys Revé a la italiana Pierantozzi, en la final de los 66 kilos. Estela Rodríguez terminó en plata; mientras Driulis González y Amarilys Savón alcanzaron el bronce.

La parte de la mala suerte le correspondió al pesista Pablo Lara: en el total levantó la misma cantidad de kilogramos que su rival Kussapu, del Equipo Unificado; sin embargo, en el peso corporal el cubano fue superior por apenas 25 gramos. Esa mínima diferencia lo dejó con la medalla de plata.

La quinta posición de Cuba en la tabla de medallas fue una de las sorpresas de Barcelona. Después de doce años de ausencia, pocos pronosticaron que la delegación lograría 31 medallas, sobre todo si tenemos en cuenta la ampliación del número de naciones. El reto era ahora mantener esa posición en los Juegos del Centenario que se celebrarían, en contra de la voluntad de muchos, en la ciudad norteamericana de Atlanta. Atenas caí, otra vez, en el olvido.

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