El racismo continúa marcando goles en contra del fútbol. Ya no se trata solo de los cánticos desde las gradas, ni de los gestos obscenos de malos fanáticos. Ahora los improperios se lanzan en el campo de juego y los que se apalean verbalmente son los propios futbolistas. Los directivos de las principales ligas profesionales tratan de detener esos incidentes o de presentarlos como hechos aislados; pero ni siquiera los castigos más fuertes han impedido la continuidad de los insultos.
John Terry nunca más volverá a vestir el uniforme de la selección inglesa de fútbol. Así lo decidió el jugador de 31 años, después de comprobar que la Asociación de su país (FA) mantendría una audiencia para analizar la denuncia de Anton Ferdinand sobre insultos racistas que, supuestamente, profirió Terry en su contra, en octubre de 2011.
Durante nueve años, Terry disputó 78 partidos oficiales con el uniforme de los “Tres Leones”. Nunca ganó un título importante, porque su equipo ni siquiera llegó a las semifinales de los Mundiales de 2006 y 2010 y las Eurocopas de 2004 y 2012. A pesar de los repetidos fracasos ingleses, muchos reconocían que el problema no estaba en la defensa, donde mandaba el fornido Terry, quien era reconocido como uno de los tantos “chicos malos” de la Premier League.
La mala fama de Terry parecía más que justificada. En 2001, con apenas 20 años, su nombre llegó a los titulares de los tabloides sensacionalistas cuando, completamente borracho, insultó a turistas estadounidenses en el aeropuerto de Heathrow. Los atentados terroristas contra las Torres Gemelas habían ocurrido un poco antes, así que los exabruptos de Terry fueron muy criticados.
Unos meses más tarde, el exceso de alcohol en sangre lo llevó a provocar disturbios en un bar, por lo que terminó detenido. Luego vino un período de “calma”, hasta que en 2010 estalló otro escándalo, mucho más serio. Terry sostuvo relaciones íntimas con la novia de un compañero de la selección inglesa y, como era de esperarse, Wayne Bridge, el afectado por la infidelidad conyugal, reprobó la actitud de su colega.
Por esta acción Terry fue suspendido temporalmente del equipo; aunque sí formó parte del once inglés que cayó ante Alemania, en los octavos de final del Mundial de Sudáfrica 2010. La tranquilidad en la vida del jugador del club Chelsea no duró mucho tiempo. En octubre de 2011 apareció otra polémica: Anton Ferdinand—hermano de Rio, un futbolista que compartió la titularidad con Terry, en decenas de partidos —acusó a John de lanzarle palabras insultantes que incluyeron referencias a su raza.
Ante la denuncia, la FA optó por el camino más drástico: en febrero de 2012 le retiró a Terry el brazalete de capitán de la selección nacional. Esta decisión unilateral no agradó a Fabio Capello, quien en ese momento era el director técnico. El italiano renunció a su puesto, por lo que, en pocos días, el equipo inglés perdió al entrenador y a su capitán.
A pesar de las malas noticias por la cercanía de la audiencia, Terry fue una figura importante en el triunfo del Chelsea, en la Liga de campeones de la UEFA; aunque no pudo estar en el partido por el título, frente al Bayern de Múnich. Luego, el futbolista asistió a la Eurocopa organizada por Polonia y Ucrania. Allí, los ingleses, al igual que ha sucedido en los principales eventos de la última década, quedaron eliminados en los cuartos de final.
La audiencia se desarrolló en julio y la corte de Westminster consideró que Terry no era culpable, así que lo dejó en libertad, sin cargos. El incidente parecía terminado; pero la FA no lo consideró así y anunció que realizaría un proceso disciplinario contra el futbolista.
Esa Asociación ya había enfrentado otro desagradable incidente, vinculado con el racismo. En la temporada anterior, el francés Patrick Evra, del Manchester United, aseguró que el delantero uruguayo Luis Suárez, del Liverpool, profirió insultos racistas. Vino una investigación y la FA suspendió al sudamericano durante ocho partidos.
En el siguiente enfrentamiento entre ambos clubes, Suárez—quien siempre defendió su inocencia— se negó a estrechar la mano del francés, en el saludo de cortesía previo al inicio de cada desafío. Poco después, los dos jugadores protagonizaron una horrible riña que necesitó la intervención policial. Con este antecedente tan cercano, el Chelsea y el Queens Park Rangers—el equipo de Anton Ferdinand—chocaron en la quinta fecha de la Premier League 2012-2013.
Todas las miradas estaban centradas en las reacciones de Ferdinand y Terry. No hubo ningún saludo entre ambos y esta fue la señal más clara de que el conflicto seguía latente.
Después de ese incidente, reaparecieron las críticas contra Terry. Todo esto influyó en que, antes de que se realizara la audiencia frente a la FA, el futbolista entregó un comunicado a la prensa, en el que oficializó su salida del equipo nacional. “Jugar para mi país y pertenecer a su selección es algo con lo que se sueña desde pequeño. Realmente fue un gran honor para mí”, dijo
¿Por qué esa reacción? ¿Demasiado resentimiento con la FA? Estas preguntas, quizás, nunca tengan respuestas convincentes. Tal vez en esa audiencia se demuestre, otra vez, la inocencia del jugador o se imponga un castigo similar al de Suárez. Más allá de la historia de John Terry, la principal preocupación de los seguidores del fútbol está en el visible aumento de las expresiones de racismo en los estadios. Cada grito, cartel o actitud discriminatoria ensucia la imagen del deporte más practicado en el mundo y parece que ni siquiera las sanciones más fuertes pueden detener a este flagelo.