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El mundial de Nelson Mandela

Mandela y Blatter
Mandela y Blatter se saludan

Dos décadas atrás una imagen recorrió el mundo: después de 27 años en prisión, el nombre de Nelson Mandela pudo ser asociado con un rostro por todos aquellos que lo apoyaron en su lucha que terminó con el régimen del apartheid en Sudáfrica. En poco tiempo, la victoria de Mandela y los que creyeron en sus ideales quedará una vez más demostrada cuando el balón del Mundial de fútbol comience a rodar por primera ocasión sobre un césped africano.

La historia del deporte sudafricano está llena de incidentes donde el racismo fue un indeseado protagonista. Los ejemplos sobran y el fútbol, quizás como ninguna otra modalidad, vivió muy de cerca las prácticas discriminatorias. En 1976, la Federación internacional de asociaciones (FIFA, por sus siglas en inglés) expulsó de forma definitiva a la Federación de ese país ante la increíble decisión de enviar un “equipo conformado por atletas blancos”, al Mundial de Inglaterra, en 1966 y otro de jugadores negros al de México, en 1970.

Durante casi treinta años, ninguna selección sudafricana pudo participar en un evento relevante del fútbol; sin embargo, eso no parecía importarle a la minoritaria elite, blanca y poderosa, que con su política del apartheid controlaba al país. Para ellos el fútbol era un deporte “inferior” que practicaban los más pobres.
Mandela salió de la prisión en 1990, en un hecho que marcó el principio del fin del apartheid; sin embargo, no fue hasta 1992 que la FIFA retiró las prohibiciones sobre la Federación sudafricana. Cuatro años más tarde, los llamados “bafana bafana” conmovieron a la nación con su primer triunfo en la Copa africana de naciones. Ya nada detendría el desarrollo del más universal de los deportes en Sudáfrica.

Las Copas Mundiales comenzaron su largo andar en 1930, en Uruguay y durante casi ocho décadas recorrieron el planeta, desde América del Sur, del Norte, Centroamérica, Europa hasta Asia; pero todavía faltaba un continente. Era solo cuestión de tiempo, decían muchos a mediados de los años noventa del siglo pasado. El tiempo pasaba y África seguía en el olvido.

Para la versión de 2006 no era un secreto que la idea de llevar el Mundial a ese continente había ganado un gran terreno; aunque el poder de la zona euro pudo más, el “káiser” Franz Beckenbauer sonrió al final y la Copa regresó a territorio germánico.

Quizás fue la presión o tal vez el interés por asegurar los votos africanos, esto queda en el siempre escabroso terreno de las especulaciones, lo cierto es que el presidente de la FIFA, el multimillonario suizo Joseph Blatter dejó claro—al menos en 2004—que África tendría su Mundial en 2010.

De inmediato se presentaron varias candidaturas para acoger a la cita. Marruecos, Egipto, Libia, Nigeria, Túnez junto a Sudáfrica defendieron sus posibles ventajas; pero todos sabían que el primer viaje de la Copa al llamado continente negro terminaría en Johannesburgo. Ya no era presidente del país; no obstante, el prestigio internacional de Nelson Mandela y su entusiasta apoyo a la cita mundialista, sin dudas, ayudaron al triunfo sudafricano.

Ahora tenían la sede; aunque esta llegó acompañada de incertidumbres, subestimaciones, estereotipos. Incluso los tristes incidentes violentos sucedidos en Angola, antes del inicio de la Copa africana, en 2010, volvieron a traer a la agenda pública los temores de patrocinadores, ejecutivos de la FIFA y también de potenciales turistas sobre el supuesto estado de inseguridad que rodearía al Mundial.

Los organizadores y máximas autoridades gubernamentales tuvieron que salir, una vez más, a desbaratar rumores, construir puentes de entendimiento y a mostrar que habían invertido una cifra récord en el presupuesto de seguridad. La Copa es un gran negocio, desde todos los puntos de vista, y necesita que todos crean—y sientan—que están protegidos.

Más allá de los millones que probablemente ingresarán en las cuentas de los que invirtieron en infraestructura y en hoteles, la Copa 2010 podría representar—ojalá lo haga—muchísimo para todo un continente que intenta enseñar un rostro diferente, porque ellos son mucho más que SIDA, guerras civiles, hambrunas o dictaduras que han quedado como rezagos de un pasado colonial que en ocasiones se resiste a desaparecer. El fútbol pudiera funcionar como un escenario perfecto para que las culturas se reencuentren y reconozcan, sin tantas mediaciones e intereses en el camino.

En un muy publicitado mensaje, Blatter llamó a Mandela su “amigo” y le agradeció todos los esfuerzos en su “lucha interminable para la liberación no solo de tu gente, los sudafricanos, sino de toda la humanidad”; mientras, el presidente de esa nación, Jacob Zuma, en una sesión extraordinaria del parlamento que festejó el vigésimo aniversario de la excarcelación del líder, declaró que el Mundial se jugará en su país, “en honor de Nelson Mandela”.

Los homenajes—reales o con ciertas pizcas de oportunismo—son muy merecidos. Ke nako (“es la hora”), es la frase elegida por los organizadores para identificar a su Mundial. Entonces, Ke nako para los bafana bafana y su afición; Ke nako para el fútbol africano. Desde una tribuna, a sus 91 años, con una salud ya en declive, pero orgulloso como siempre estuvo, incluso en los momentos más álgidos de sus décadas en prisión, de seguro Nelson Mandela sonreirá cuando el balón comience a rodar en Johannesburgo. Hace mucho tiempo que él marcó un imperecedero gol en la historia.

Publicado en Cubasí

1 comentario

  • Cubano-Americano

    Me alegro de esta copa sobre todo por Nelson Mandela …27 anos preso,,,un periodo de presidencia magnifico , premio Nobel de la paz y un ejemplo mundial de amor a su pueblo….esta bien que se llame la copa Mandela ..bueno para , el llamado continente negro..despierta Africa!!!…

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